História Kariri: una flecha para iluminar el corazón
Incursión en los recuerdos familiares de autoconocimiento como Kariri, una nación que habita desde Bahia hasta Piauí.
por Raquel Paris
| Brasil |
agosto de 2020
traducido por Ana Rivas
¡Salva a las cabochas del bosque!
¡Salva a Iracema! ¡Salve Jurema!
¡Salva a las caboclas del bosque Iara, Jussara, Jupira y Jandira!
Ponto das caboclas - de Camila Costa
Explorar el pasado ha sido como llenar un álbum de figuritas, como era habitual cuando niña. Siempre faltaba una, dos o tres; otras, muy raras y únicas, nunca las encontraba y así quedaba un espacio en blanco cuando pasaba las páginas. Pero seguí adelante, llenando un álbum más, coleccionando más recuerdos.
Nací cratense, en Crato, Estado de Ceará. Mi padre se llama Francisco Alves Rocha y mi madre se llama Terezinha Arraes Alves Rocha. Me enorgullece decir que la cuenca de Araripe me atraviesa por los dos lados, Ceará y Pernambuco. Otro orgullo, y ese es trascendental, es ser una mujer semiárida. Muchos años después, como muestra de afecto de amigos muy queridos, recibí París, mi nombre social, pero esa es otra historia. En todo el semiárido brasileño, los pueblos indígenas reivindican su existencia frente a un proyecto sistemático de erradicación
Nacer en la década de 1980 en la ciudad de Crato representó el aprender tres cosas fundamentales: Primero, que debíamos evitar acercarnos demasiado a la gente y a la ciudad de Juazeiro do Norte, después de todo, era de conocimiento de todos, que Juazeiro era una tierra de ignorantes y, Crato, de ilustrados.
En segundo lugar, que no había ningún pueblo indígena en esa tierra. Se trataba de una historia muy antigua, de un pueblo llamado Kariri que había habitado esas tierras y que había sido asesinado con las invasiones del territorio. Era agua bajo el puente. Por último, pero no menos importante, debajo de la Iglesia de la Sé había una ballena.
Hoy reflexiono sobre cómo funciona la estrategia de borrar la colonialidad desde Bangladesh hasta Crato. Cometer genocidio de la población originaria, tejer las narrativas y estrategias de asimilación para decretar su desaparición corporal y simbólica, después de todo, los muertos no reclaman la tierra. Creo que quien me salvó de la destrucción fue la fuerza y la energía que emanaba de la Chapada do Araripe, una brújula que guiaba el afecto y la espiritualidad que llevo en mi pecho y el Campo Alegre, un lugar al pie de la montaña donde pasé toda mi infancia y juventud. Un lugar donde aprendí a respetar nuestro bioma la Caatinga, a convivir con la sequía y a celebrar la lluvia.
Me descubrí Kariri recientemente. Por mucho tiempo me pregunté con quién me parecía, ese tono de piel, mi cabello grueso. ¿Dónde estarían las mujeres que se parecían a mí? ¿Dónde estaban las mujeres que pensaban y sentían como yo?
Lenta e intuitivamente me hice preguntas a mí misma y a todos los que me rodeaban. Con mi familia no pude llegar muy lejos. Desafortunadamente, los ancianos, como los abuelos, abuelas y tías, ya habían fallecido. Comprendí que esa búsqueda no sería sólo a través de un enfoque historiográfico, no después de que ese gran incendio devorara los recuerdos. Necesitaba confiar en mi intuición, necesitaba aprender a ser una lectora de los silencios, de las frase tácitas y de las figuritas que faltaban.
De este modo, primero me observé en el espejo por un largo tiempo, tomando coraje y buscando la dignidad que me habían negado y valentía para creer lo que los ancestros decían a través de mi cara y mi piel. Entonces contemplé mi vida, mis propios recuerdos y lo que vi fueron hermanos yendo a cazar a las montañas, una familia que en la temporada de lluvias producía muchos de sus alimentos, que se organizaba de manera matriarcal y se dedicaba por entero a la naturaleza y a su protección.
Otro elemento que es muy sintomático: las estrategias de silenciamiento interno, como dice mi madre de mis tías mayores: "Las cosas sucedían y ellas se callaban". Por eso, cuando mi tía Cezídia me contó el origen de la familia, surgió un antepasado al que sólo llamaban "moreno", un hombre sin nombre y sin rostro que aparece como una nube en las narraciones familiares.
Esta información sesgada, suelta y sin importancia surge para mí como un símbolo del exterminio que sufrieron varias familias Kariris, especialmente las que permanecieron al margen de la ciudad. Familias que, debido a la pobreza forzosa, a menudo utilizaban la negación para disminuir el peso de los prejuicios y permitir una vida menos sufrida.
Mi tía Cezidia y sus hermanas Cecilia y Elizabeth nacieron y vivieron en toda la ciudad de Crato. Primero vivieron en la calle Pedra Lavrada, hoy Pedro II. La Pedra Lavrada tuvo ese nombre porque estaba a orillas del río Granjeiro, hoy degradado y transformado en un canal de aguas servidas. Luego se fueron a vivir a lo que hoy es la calle Nelson Alencar, pero que en ese momento era el límite de la ciudad, tanto así que el cementerio estaba próximo. Eran mis tías que solían, como dice mi padre, recibir en su casa las bandas cabaçais, grupos folclóricos, que tenían las plantas y la religiosidad como compañeras, que solían sentarse en el suelo y me daban de comer con sus manos. La tía Cecilia y su pipa.
Reunir esos otros recuerdos no fue fácil. Tuve que familiarizarme con conceptos y palabras que suenan más como un trabalenguas: "epistemicida", "etnocidio", aunque sin ellos nunca entendería cómo la colonialidad es una máquina de triturar personas e identidades. También entiendo que, debido a que habito en un cuerpo femenino, atravesado por el machismo, el racismo, el patriarcado, el nivel de inseguridad puede ser paralizante en este proceso. Hubo mucho llanto. Me preguntaba si no estaba imaginando, inventando todo esto. Hice preguntas duras: ¿no será que en mi necesidad de refugio estaba forzando una ascendencia? Sucedió muchas veces. Pero como me dijo un buen amigo: no hay forma de pasar por este proceso sin lágrimas. Es difícil, pero cuando finalmente nos coronamos; cuando finalmente nos permitimos incorporar nuestra dignidad y anunciar nuestra ascendencia y ser bienvenidos en nuestra humanidad y singularidad, es realmente una cura. Un renacimiento.
Cada una, tendrá su propio proceso. Utilizará sus habilidades, su ingenio. Lo más importante, en mi opinión, es examinar el aspecto separatista de la colonialidad que tiene la audacia de clasificar, de determinar los "verdaderos" indígenas. Después de todo, si profundizamos en cómo se produjo el proceso de invasión y ocupación del semiárido brasileño, teniendo en cuenta el proyecto de genocidio y asimilación de su población originaria, empiezan a surgir para nosotros muchas pistas para comprender mejor.
Preguntas como: ¿Quién compone la matriz étnica del Semiárido? ¿De dónde vienen los que llamamos caboclos, sertanejos, vaqueros, beatas, parteras, rezanderas, aquellos y aquellas que han sufrido la pobreza forzosa en las afueras de las ciudades? ¿De quién desciende nuestra cultura Caririense y sus particularidades?
La historia del Semiárido y sus pueblos originarios aún no ha sido contada. Son cientos de años de anulación y negación. Pero en todo este territorio, los parientes han roto el silencio y reivindican la palabra. Doña Tereza Kariri dio su grito de independencia aún en los años 80 y con ella llegó todo un cordón de Kariris, Potiguaras, Tabajaras. Soy nueva en esta jornada y los invito a ser parte de esta cadena, después de todo, no hemos desaparecido, siempre estuvimos aquí y sólo estamos (re)comenzando.
Raquel Paris | Brasil |
Periodista y Coordinadora de comunicación de la UNIperiferias
raquel.paris@imja.org.br