Mujeres en otras viviendas
Lógica institucional versus beneficios inesperados de situaciones de vivienda "atípicas"
Luna Lyra
Silke Kapp
Grupo MOM
| Brasil |
julio de 2019
traducido por Bruna Macedo de Oliveira, Ana Clara Lopes Fank, Larissa Fostinone Locoselli, Mario René Rodríguez Torres y Penélope Serafina Chaves Bruera, miembros del proyecto de extensión Laboratório de Tradução da UNILA
Una pregunta y un camino
¿Cómo manejan las mujeres el trabajo de reproducción en situaciones de vivienda inestable, temporal, provisional? Esta fue la pregunta definida colectivamente por las autoras del presente texto en una investigación que tiene el objetivo de ampliar el conocimiento acerca de las luchas socio espaciales desde la perspectiva feminista y, a la vez, repensar críticamente algunas prácticas de investigación en arquitectura, urbanismo y planificación1La concepción, la investigación empírica, los análisis y las discusiones que resultaronen el presente texto se realizaron en el ámbito de una disciplina optativa de la carrera de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal de Minas Gerais, denominadaMujeres en lucha por el territorio: reflexiones sobre métodos de investigación. La recolección de datos se realizó en el Cono Urbano de Belo Horizonte, en el primer semestre del 2019.. Pese a los avances de las últimas décadas, estas áreas todavía se fundamentan en paradigmas de sesgo machista, elitista y racista, en los que los problemas de las mujeres se consideran secundarios o invisibles, lo que da lugar a políticas públicas que privilegian la provisión de "elementos infraestructurales e institucionales [...] en detrimento de la infraestructura urbana dirigida a la reproducción social"(Costa; Magalhães, 2011, p. 11). Persiste el supuesto tácito, sedimentado en la historia de las sociedades capitalistas (cf. Federici, 2017), de que las mujeres podrán mantener la vida doméstica en funcionamiento, sean cuáles sean las condiciones. Si los expedientes requeridos paraello son un "trabajo de sombra" (Illich, 1981), que se mantienen fuera de los radares del campo del poder, ¿qué decir de la domesticidad sindomus?
Buscamos profundizar la comprensión de las implicaciones de ese escenario para las mujeres, explorando la entrevista como método de recolección de datos. Las entrevistas permiten descifrar, por medio de una "escucha en dos canales" (Anderson; Jack, 1991), las experiencias subjetivas y colectivas que, en las declaraciones mismas de las mujeres, suelen aparecer tan solo entramadas y subordinadas a los discursos dominantes. Esperamos descubrir aspectos que los métodos de recolección de datos tradicionales en diagnósticos y planos urbanos (observación directa, cuestionarios, estadísticas, etc.) descuidan o ignoran, y que tampoco se develan en los procedimientos ingenuos de entrevista, es decir, emulaciones de formatos consolidados sin una reflexión contundente de objetivos, posibilidades y limitaciones. De esta manera, el estudio fue estructurado en cuatro momentos: la definición de la pregunta de investigación mencionada anteriormente; la elaboración de procedimientos de entrevista que posibilitaran la obtención o elaboración de datos relevantes a dicha pregunta; la realización y transcripción de las entrevistas; y el análisis y discusión de los datos.
Las entrevistas, por lo general, las realizaron dos investigadoras, en forma de entrevista guiada (no semiestructurada; cf. McIntosh; Morse, 2015), explorando un conjunto de tópicos a partir de los contextos y declaraciones. Le dimos énfasis al carácter narrativo (cf. Schütze, 1983; Elliot 2005), no solo porque la narración de historias favorece la referida escucha en dos canales, con expresiones que difícilmente saldrían a flote en respuestas a preguntas directas, sino también porque las historias siempre ocurren en algún espacio (físico y social) y acarrean casi naturalmente la mención de las percepciones y representaciones relacionadas al mismo. Además, buscamos mantener un foco: las implicaciones de una circunstancia específica en un determinado momento o período, no toda la historia de vida de cada entrevistada. Para la selección de las entrevistadas, recurrimos a contactos anteriores en situaciones de provisionalidad, como desalojo forzoso, ocupaciones urbanas en edificios del centro de la ciudad o en terrenos de la periferia, hogares para mujeres en situación de violencia doméstica, favelas no consolidadas, alquiler social, migraciones en busca de trabajo y atención médica. Un requisito fundamental fue que las entrevistadas vivieran o hubieran vivido la experiencia de inestabilidad habitacional siendo responsables de terceros, es decir, con hijos u otras personas a su cargo.
Cada entrevista fue transcrita y luego analizada por dos investigadoras diferentes de las que participaron en su realización. La discusión de las perspectivas que surgieron de estos primeros análisis nos llevó a tres temas recurrentes, que denominamos contrastes espaciales, responsabilidades maternas y relaciones con macroestructuras. Ciertamente, estos no agotan las experiencias que nos fueron narradas, pero circunscriben algunos de sus aspectos más relevantes. A partir de ellos analizamos, una vez más, cada una de las entrevistas, buscando construir hipótesis que podrán ser útiles en el futuro de la investigación. El material reproducido muchas veces nos sorprendió, contrariando expectativas y supuestos hasta entonces no consideradas. Los ítems siguientes presentan los tres temas y un breve balance, siempre teniendo en cuenta la pregunta de investigación: ¿cómo hacen las mujeres con personas a su cargo y en situación de vivienda provisional, temporal o inestable para asumir las estructuras y tareas del trabajo de reproducción? Cabe anticipar que la misma pregunta nos pareció limitada al final del proceso. En varios casos, la situación de provisionalidad representó, en vez de una carrera desesperada detrás de las tareas convencionales, un cambio radical con respecto a la sumisión femenina en espacios privados, colectivos y públicos.
Contrastes espaciales
Situaciones y relaciones socioespaciales son temas que las personas 'desconocedoras' no tienen la costumbre de analizar espontáneamente, de modo que las preguntas directas al respecto suelen resultar en respuestas pobres, repletas de clichés. Por ello, intentamos comprender las configuraciones y apropiaciones de los espacios a partir de la forma en que aparecían en las narrativas de las entrevistadas, acerca de su cotidiano y su trayectoria. En muchos casos, se presentaban por contrastes, tanto entre los espacios urbanos como entre los espacios domésticos estables —pasados o futuros, reales o imaginados—y los inestables de las situaciones de provisionalidad. Algunas veces, el polo de la inestabilidad correspondió a una representación negativa y el polo de la estabilidad, a una positiva. Pero también hubo representaciones ambiguas e incluso opuestas, es decir, declaraciones que demostraron enfáticamente la asociación de casa propia, familia y felicidad, y se referían a la situación provisional como la más abierta, libre y potente.
Las trayectorias narradas por T. y R., bastante parecidas, pertenecen al último grupo: víctimas de violencia doméstica, estas mujeres dejaron viviendas con un padrón relativamente alto de comodidad y consumo, pasaron por comisarías y hogares, se quedaron algunos meses en una casa de apoyo a mujeres, hasta que llegaron a una ocupación urbana en el centro de la ciudad. Ambas contrastan la vivienda convencional, donde fueron agredidas y violentadas, a la ocupación que, si bien más precaria, representa un lugar de "seguridad, apoyo, fortalecimiento" (R.). La casa antigua "era un hogar todo orden a dito, todo bonito y planeado, pero una no encontraba paz" (T.).
Al llegar [a la ocupación], me empoderé. Y después, aprendí a convivir con las personas de forma colectiva, que era una costumbre que yo no tenía. Porque una es, en su casa, muy individualista. [...] Yo aprendí a compartir [...] compartir el espacio, compartir la comida, compartir la ropa, incluso.
(R.) observa que cambió opiniones racistas, clasistas y socioespaciales que tenía: "Yo juzgaba a las personas que iban a una favela [...]. En la ocupación, me di cuenta que era puro prejuicio mío". Hoy en día ella se cuestiona el ideario de familia nuclear y menciona que, cuando resuelva la división de bienes con su exmarido, pretende vender su antigua casa y donar el dinero a la ocupación.
Sí, cambié mucho. Porque una es libre. Yo hago lo que quiero, a la hora que quiero [...] Esa idea de la mayoría de la gente que se queda encerrada en una casa y que considera una casa con todo ordenadito, para mí ya no funciona más [...] Yo no quiero volver a mi casa nunca más. Pretendo seguirpor acá, no quiero salir.
T., por otro lado, encontró a un nuevo compañero y se mudó con los hijos a su casa, pero la experiencia en una vivienda colectiva la fortaleció en el establecimiento de relaciones domésticas mucho más igualitarias que antes.
D. fue desalojada cuando, después de los desastres de Mariana y Brumadinho, la minera Vale do Rio Doce decidió evacuar la región del pueblo de Macacos por riesgo de otro ruptura de la represa. Cuando la sirena sonó a la madrugada, ella y su marido dejaron todo lo que tenían: objetos personales, muebles, la casa, el patio, los huertos, el restaurante que era su medio de vida, la cuna que su padrino había hecho, y una red de vecinos, amigos y servicios de confianza. Desde entonces, fueron instalados en un hotel de ejecutivos en el área noble de Belo Horizonte, con la madre de D., el bebé y dos perros. Antes, D. pasaba el día en el restaurante, “allí al costado de la calle, viendo a la gente pasar, […] charlando con la gente, trabajando, atendiendo a las personas”. Ahora, ella dice que se siente aprisionada y “muy sola, como si estuviera en una burbuja”; “nos quedamos sin ingresos, viviendo solo aquí del hotel: comiendo aquí, bebiendo aquí”. D. ha buscado recrear lo que ella llama “mi mini mundo, igual al que yo tenía allá en Macacos”. Hizo amistad con los funcionarios del hotel, va a la plaza con el bebé, intenta no morirse de aburrimiento. Sin embargo, ella perdió la posibilidad de decidir y actuar en su propio espacio, que se manifestaba en cosas como utilizar el taller del patio, que construyó “con sus propias manos”, cosechar mandarinas en los huertos o llamar a los amigos para hacer una fogata. Además, apropiaciones simbólicas, rastros y memorias no caben en el espacio estéril del hotel o en su contexto urbano, todo predeterminado. Si la situación de D. parece, en principio, confirmar la valoración positiva de la estabilidad (la casa) contra la valoración negativa de la provisionalidad (el hotel), esta también puede interpretarse en el sentido contrario: la antigua casa era un espacio abierto a transformaciones (menos estable en ese sentido), mientras que el hotel es enyesado e inmune a las acciones de los huéspedes (más estable, por lo tanto).
Igualmente, el relato de Doña C., una señora de más de ochenta años que migró del medio rural a Belo Horizonte en la década de 1960, es significativo como contrapunto entre lo que ella piensa y siente y lo que técnicos y órganos públicos consideran adecuado. Doña C. y sus hijos vivieron en varios asentamientos informales, fueron desalojados por inundaciones y obras públicas, hasta que ella consiguió, en un barrio, una casa “pareada” con una amiga. Pero la situación era provisional, por lo menos desde el punto de vista de la política urbana; tanto que Doña C. fue obligada a dejar la casa e ir a vivir en un apartamento en un área cercana: “hace trece años que vivo aquí y nunca me gustó para nada el apartamento. Allá tenía mis plantas y aquí no hay como plantar.” El tipo de convivencia y los arreglos cotidianos que eran posibles en los espacios del barrio están prohibidos en los “pequeños edificios”, aunque estos sustituyan viviendas supuestamente precarias por otras, dichas dignas.
Más allá de las viviendas en sí, los contrastes de estructura urbana fueron mencionados de manera más ambigua de lo que suponíamos. Entrevistadas que vinieron de la periferia al centro o viceversa encontraron distintas ventajas en una y otra situación. El centro facilita el acceso a trabajo, colegio y servicios y, a la vez, restringe la relación entre la vida doméstica y el espacio público: “yo no soy vendedora ambulante, no quiero quedarme en el centro. Me quedo en el centro y ahí ¿qué hago? ¿Quedarme encerrada en la casa, con ese ruido de los buses en mi cabeza? ¡No! […] Hay barrios donde una no necesita ir al centro, porque el barrio ya es un centro, ¿no es cierto?” (G.). Otra entrevistada (A.) resolvió la cuestión desdoblando su lugar de vivienda: durante la semana se queda en una ocupación vertical del centro y, los fines de semana, en una ocupación horizontal de la periferia.
P., una mujer de clase media que en pocos años se mudó diversas veces entre una capital europea y Belo Horizonte, habla del contraste entre maneras de vivir y organizar la rutina en los respectivos contextos. Esto se refiere, por un lado, a la infraestructura urbana para la reproducción social, que era mucho mejor en Europa. Por otro lado, P. deja entrever el contraste entre un medio en el que se sintió inferiorizada y discriminada, y un medio en el que tiene cierto privilegio social. En Europa podía resolver las tareas rutinarias cerca de mi casa, a pie o en transporte público, pero debía asumirlo todo sola: “niñera y empleada doméstica no existen […] la vida se limita mucho en función de los horarios de los niños”. En Belo Horizonte, su rutina es más flexible, pero depende a todo momento de la ayuda de otras mujeres (incluyendo aquellas a quienes la desigualdad social torna disponibles y que, aquí, son efectivamente inferiorizadas y discriminadas). Ninguna de las dos situaciones le parece ideal. Ella piensa quedarse en Brasil, pero vivir en una ciudad menor.
Responsabilidades maternas
En la familia nuclear que históricamente constituyó la célula estructurante de la sociedad burguesa cada madre lleva, casi siempre sola, la responsabilidad por aquello en lo que los hijos se van a convertir y por toda la energía y paciencia que eso implica. Sus posibilidades de formación, trabajo, participación política o tiempo de ocio se restringen en la misma medida. “Cuando una tiene hijos, tiene que darles prioridad. O piensa en una misma, o piensa en los hijos” (R.) En las experiencias de vivienda temporal de las entrevistadas, estas rutinas de cuidado, su lógica y sus supuestos se modificaron, a veces drásticamente y no siempre para empeorar.
La responsabilidad individual del cuidado marca la narrativa de P., que viene esforzándose por suavizar la transición de viviendas para sus hijas. En las mudanzas entre Europa y Brasil, llevaba las pertenencias de las niñas y dejaba las suyas atrás: “con todas esas mudanzas, ir de un lado a otro, me volví mucho menos apegada a las cosas, no guardo nada más, ¿para qué las voy a guardar?” Ella intenta reproducir aquí los espacios domésticos y la rutina urbana a la que las hijas estaban acostumbradas, “imitar un poco las condiciones” del exterior.
Varias entrevistadas asumieron las situaciones de vivienda provisional con el único objetivo de mejorar la vida de sus hijos. Doña C., que migró a Belo Horizonte en busca de tratamiento médico para una hija, es el ejemplo más extremo en este sentido. De los dieciséis hijos que tuvo, solamente cuatro están vivos: “un tanto murió allá en el campo y, después de que llegué aquí, murieron otros cuatro también”. Mientras que Doña C. indica que cuidar a los hijos sería una obligación intransferible de la madre (“Gracias a Dios yo nunca le encargué los niños a nadie para que les dieran una mirada”), ella parece no ver la maternidad y sus sufrimientos como un destino obligatorio: “Ahora […] todo el mundo abrió los ojos para este asunto de medicación de evitar hijos”. El hecho es que, para ella, cuidar niños fue la única manera de viabilizar la superviviencia.
Yo no tenía empleo y no tenía la costumbre de trabajar, y eran muchos niños chiquitos. Ahí, empecé a cuidar niños para los otros, para ganar un dinero. […] Mi casa quedaba así [hace un gesto indicando que la casa quedaba llena de niños]. Con el dinero que ganaba cuidando niños me alcanzaba para comer y pagar el INSS [Instituto Nacional de Seguridad Social]. Así fue que ahora me jubilé con ese dinero del INSS que yo misma pagué. (Doña C.)
G. fue a vivir a una ocupación porque, después que dejó el empleo para cuidar a un hijo con epilepsia, no pudo más pagar el alquiler: “si no fuera por mi hijo, yo tampoco me quedaba”. Sin otra fuente de ingresos, ella acabó asumiendo el frente de la guardería comunitaria de la ocupación. Ella piensa que “a la mayoría de las mamás allá [en la ocupación] les gustaba estar lejos de los hijos. No querían saber lo que los niños hacían o no. Al principio, hasta los niños que estudiaban en el colegio era yo la que tenía que llevarlos.”
Como indica esta última declaración, no todas las mujeres en situaciones atípicas de vivienda y organización socioespacial quieren mantener el papel femenino tradicional. Ya hemos mencionado los casos de R. y T., que en la ocupación (que, dígase de paso, no es la misma que la de G.), experimentaron compartir tareas y responsabilidades de una manera que antes ni siquiera imaginaban. La ayuda mutua les permitió realizar actividades que les serían inviables en una situación convencional, como estudiar y trabajar fuera de casa con cierta flexibilidad de horarios.
Aquí no existe eso de "yo" ni de mi vecino, existe un “nosotros”. Esto nos da una gran seguridad. Salgo a trabajar tranquila, lo dejo a él [al hijo de tres años] en el colegio y ellos [señala a dos vecinos, hombres, que están lavando ropa cerca del lugar de la entrevista] lo van a recoger. Y aquí puede quedarse en cualquier lugar y va a estar seguro. Cualquier familia de aquí, si lo ven bajando las escaleras, lo cuidan. Así que cuenta con una persona específica, pero no necesita solo a esa persona específica, porque donde quiera que se quede, estará bien cuidado. [...] Una encuentra un apoyo que ayuda con los hijos. (R.)
En este caso, el cuidado de los niños dejó de ser visto como una tarea materna e individual, y las mujeres lograron más espacio para sus vidas personales y públicas, incluida la participación política. K. pasó por una ocupación en el centro que fue desalojada, y ahora vive en una casa alquilada en un vecindario más alejado del centro. Pero el proceso de la ocupación, en el que asumió un papel de liderazgo, le hizo descubrir una vocación política mayor que la de cuidar niños. De la mujer que coordinó la guardería comunitaria, K. dice: "Me quito el sombrero, porque los niños no son lo mío”. Hoy en día sigue activa en los movimientos por vivienda y, para poder asumir estos compromisos sin llevar a sus hijos, hizo un trato con una vecina. Para A., otra entrevistada muy comprometida con los movimientos por vivienda, los fines de semana en la periferia se han convertido en un tiempo de descanso de las tareas maternas. Sin vergüenza, cuenta que va a la ocupación de la periferia mientras "ellos [los hijos] se quedan aquí [...] a ellos no les gusta ir allá [...] sería una pelea para poder salir".
Relaciones con macroestructuras
Las macroestructuras e instituciones —tales como alcaldías, servicios públicos, Policía, Ministerio Público, empresas mineras, iglesias, organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales— determinan la vida de las mujeres entrevistadas de maneras muy diferentes. Como era de esperarse, todas ellas dependen de la proximidad a los servicios de salud y colegios, y guían sus decisiones territoriales por el acceso a estos (Doña C. se fue a vivir cerca de un gran hospital cuando llegó del campo en busca de tratamiento para su hija; G. alquiló una casa en un barrio donde sus hijos pueden ir solos al colegio; P. matriculó a sus hijas en un colegio al que pudiera ir a pie, etc.). Pero las macroestructuras y las instituciones también provocan desalojos y situaciones de provisionalidad, así como instancias más o menos eficaces de apoyo en momentos críticos. Queda claro en las narrativas que tales estructuras a menudo no tienen en cuenta lo que las mujeres consideran sus necesidades más apremiantes, a lo que se suma que las atribuciones y jerarquías institucionales, que les resultan confusas, les hacen más difícil hacer cuestionamientos al respecto. Muchas entrevistadas utilizan la palabra ellos para designar instancias de poder (públicas o no) que no identifican con claridad, pero que las afectan. Dada la asimetría de fuerzas, eludir tácticamente los problemas cotidianos les parece preferible a enfrentarse a dichas instancias.
Es grande la discrepancia entre la lógica institucional y las demandas de las mujeres en el caso de D. Tal vez la empresa Vale haya instalado a la familia en un cuarto de hotel en el centro de Belo Horizonte con la convicción de que, comparada con la casa de un pueblo, esta sería una condición favorable o incluso lujosa. En realidad, significó una pérdida total de autonomía e identidad. Todo comenzó a depender de los beneficios concedidos por la empresa que paga el hospedaje, pero no le devuelve a la pareja sus ingresos (“si quiero ir a la esquina a comprar una toalla higiénica, no hay cómo”) ni le ofrece medios para que se establezca en otro lugar. Lo más absurdo es que, ahora, la Vale quiere que vuelvan a la antigua casa, porque un informe técnico determina que, si la represa se rompe, el barro “solo” va a aislar la casa, pero no la va a cubrir. Por supuesto, D. no quiere correr ese riesgo, pero tampoco logra imaginar un enfrentamiento o una alternativa.
Una hasta intenta sentirse agradecida, porque está viva, está junto a los demás, está protegida, ¿me entiende? [Una] no sabe por cuánto tiempo, no sabe si la Vale va a intentar... Es una pelea terrible con el Ministerio Público. A toda hora tiene que intervenir, porque ellos se la pasan tratando de quitarnos algún beneficio… “Beneficio”, ni siquiera sé si llamarlo así, porque una se siente tan mendiga, ¿no es verdad? No estoy pidiendo nada más que lo que tenía en mi casa. Vivo aquí de comer, desayunar, almorzar y cenar en el hotel; duermo, me baño y no hago nada más. La vida parece quedar pausada por un tiempo. Una no sabe muy bien qué planes hacer. (D.)
La larga historia de Doña C. está repleta de violencias de este tipo. Ha pasado por varios episodios de desalojo y nunca ha tenido condiciones de protestar. En sus declaraciones se perciben con nitidez los dos canales mencionados; uno, el del discurso convencional, y el otro, el de la experiencia subjetiva contraria a este discurso. Aceptó un desalojo con la justificación del riesgo de inundación, para después regresar a otra casa en el mismo pueblo: “querían sacarme de ese lugar, yo no quería irme, porque estaba terminando [de construir] las habitaciones [del segundo piso]”. Cuenta, sin exaltarse en lo más mínimo, que cuando el diluvio del río inundaba su casa "juntaba al montón de niños debajo de la lluvia y nos íbamos a la placita, hasta que el agua bajaba [...] no se demoraba mucho". Luego, habla de la canalización del río por parte de la alcaldía:
Ellos resolvieron el problema del río, y el río también se secó. Aquí, en dirección a ese árbol de ese patio, había un pozo de agua. Estaba lleno de peces, era un pozote. Después de que arreglaron el río, todo se secó. El agua de aquí también se secó; no quedó nada, nada. Y sacaron todo lo que había aquí. En esa época, sacaron las casas. Aquí había una favela grande. Me sacaron de aquí, sacaron todo lo que había. (C.)
Expresiones como “resolvieron el problema del río” o “arreglaron el río” repercuten el desastroso paradigma técnico adoptado en la mayoría de las ciudades brasileñas para tratar las aguas urbanas (drenar, canalizar y desecar), al mismo tiempo que el recuerdo del pozote lleno de peces y frases como “no quedó nada, nada” y “Me sacaron de aquí, sacaron todo lo que había”, dichas en tono de lamento, indican lo contrario.
Relaciones que no son propiamente violentas, pero aun así manifiestan disonancias entre instituciones y experiencias subjetivas, aparecen en la narrativa de R. La comisaría de la mujer en la que buscó ayuda para protegerse del marido agresor le ofreció un lugar donde vivir con sus tres hijos, el cual la obligaría a quedarse en casa todo el tiempo y abandonar el trabajo y la carrera que estaba estudiando en ese momento.
Aunque el agresor es quien debería estar en la cárcel, la víctima es quien resulta encarcelada. [...] Cuando una busca un lugar para protegerse, no piensa que se va a quedar ahí, encerrada. Una no quiere este tipo de protección. Quiere protección, pero una protección que le dé libertad de elección, que le permita a una ir y venir. (R.)
Como, paradójicamente, la institución pública creada para apoyar a las mujeres en situaciones de violencia no ofrecía alternativas ni condiciones para que mantuvieran sus estudios y empleo, R. terminó yendo a una casa que es mantenida por un movimiento de mujeres (y no por el Estado que, en realidad, le ha hecho más amenazas que ayudado esta casa). Allí encontró el tipo de protección que buscaba: una estructura bien articulada de ayuda mutua y fortalecimiento, que le permitió continuar realizando actividades no domésticas y que luego la puso en contacto con la ocupación donde R. vive actualmente.
Sin embargo, tampoco las ocupaciones están libres de jerarquías y disputas de poder. Se ven a los movimientos sociales que las organizan como "las fuerzas que están allí para tener su voz y poner las reglas, porque es necesario" (K.), lo que genera una dependencia de los habitantes con respecto a los líderes internos y externos. En la ocupación en la que K. y G. participaron, también se dieron conflictos entre los diferentes movimientos involucrados: "cada movimiento tenía su manera, tenía sus reglas. [...] Las cosas empezaron a salir mal cuando esas fuerzas pasaron a tener objetivos diferentes, o querer el uno ser más que el otro" (K.). Los "objetivos diferentes" atañen sobre todo a negociaciones con órganos públicos, que oscilan entre paliativos (como el alquiler social), promesas y agresiones más o menos directas. Una negociación auténtica supondría un relativo equilibrio de fuerzas entre las partes, lo que no ocurre en esos casos, salvo cuando hay un masivo apoyo popular. Ambas, G. y K., relatan la brutalidad de los técnicos de la Cohab [Compañía de Habitación Popular] para acordar la salida del edificio cuando se desalojó la ocupación. Perdieron muchos muebles porque no hubo tiempo para hacer la mudanza de todas las familias con el único auto que consiguieron.
La Cohab dijo: 'No, no van a poder quedarse en el edificio. [...] Quieren un acuerdo, ¿no es así? Entonces les vamos a dar un mes para que salgan de ahí. Después que salgan, les depositamos el valor del alquiler. Si no cumplen con el plazo, se disuelve el acuerdo yvan a tener que salir del edificio a golpes'. (G.)
Había una negociación, no necesitaban hacer eso [la amenaza], ¿me entiende? De ese modo, como si nos hubieran desalojado... bajo presión, un caos total. Fue muy triste. Para mí, vi que la lucha se terminaba ahí. (K.)
Aun así, K. dice que la experiencia en la ocupación le hizo ver que, sí, podría enfrentarse a estructuras instituidas.
Esto[la ocupación] me trajo un poco de conocimiento de mis derechos, de los derechos de los demás. Y me hizo ver que nosotros, cuando nos unimos para luchar por nuestros derechos, lo logramos. [...] También me di cuenta de la necesidad de salir a las calles y a movilizaciones, no quedarme apoyando solo desde el sofá. (K.)
Breve balance
Las luchas de mujeres en el y por el territorio, ya sean concernientes a la vivienda o a otros espacios, constituyen temas más amplios y complejos de lo que reflejan las políticas urbanas en marcha. Medidas como dar preferencialmente los títulos de propiedad a las mujeres en los programas habitación les pueden beneficiarlas, pero no dejan de reforzar viejas convicciones acerca de la unidad doméstica y del respectivo papel femenino. La investigación aquí relatada, con todas sus limitaciones, ofrece algunas pistas concretas en ese sentido. En primer lugar, indica que la vivienda unifamiliar, aislada de contactos públicos y de fuentes de ingreso, con pocas posibilidades de compartir, solidarizar y politizar, está lejos de ser un deseo universal entre las mujeres reales (a diferencia de las mujeres abstractamente supuestas por planificadores y diseñadores). Las situaciones atípicas a veces significan experiencias de libertad y potencian la imaginación para la acción.
En segundo lugar, los datos que obtuvimos denotan que el ideal de la maternidad es ambiguo. Las mujeres se sienten responsables por los hijos, cuyo bienestar les importa más que la calidad del espacio de la vivienda, pero, aun así, los hijos no son siempre y forzosamente su prioridad absoluta. Más allá de la constatación—para nada novedosa— de que la familia nuclear de pareja e hijos dejó de ser la forma dominante de cohabitación, lo anterior sugiere investigar en profundidad formas consideradas hoy atípicas o incluso 'indignas' de vivienda, es decir, comprender, fomentar y probar alternativas como las viviendas colectivas, con grados diversos de privacidad, intergeneracionales, conectadas de diferentes maneras a actividades de producción y ingresos, y insertadas de diversas formas en áreas urbanas, rurales y urbanas.
Un tercer aspecto que se puede remarcar a partir del análisis de las entrevistas concierne al apoyo institucional que se ofrece a mujeres en circunstancias de inestabilidad. Del modo como está concebido hoy, ese apoyo consiste en la inserción en una estructura determinada, rígida, que cubre las denominadas necesidades básicas, pero restringe la autonomía y, consecuentemente, la reconstrucción de la propia vida, ya sea esa estructura un hotel, un apartamento estándar o un hogar donde no se puede ir y venir. La declaración de R. sintetiza la cuestión: "Una quiere protección, pero una protección que le dé libertad de elección".
Finalmente, cabe una observación acerca de nuestra pregunta de investigación. Al indagar cómo manejan las mujeres el trabajo de reproducción en situaciones de vivienda inestable, teníamos consciencia de que la responsabilidad de las mujeres por ese trabajo no es un hecho 'natural', sino una construcción social. No obstante, partimos del supuesto de que costaría más responder al trabajo de reproducción (convencional) sin una vivienda (convencional). No cuestionamos de entrada la noción según la cual la unidad habitacional unifamiliar favorece la realización de las tareas y obligaciones que nuestra sociedad, tal como es, atribuye a las mujeres. Los datos que obtuvimos en las entrevistas refutaron tal noción. Por mucho que las entrevistadas hayan podido utilizar eufemismos—para ellas mismas y para los demás— al tratar las precariedades de sus situaciones, es innegable que en varios casos la inestabilidad aligeró la carga del trabajo de reproducción en lugar de aumentarla. Cabría indagar en qué medida el ideario de la vivienda, objetiva y subjetivamente determinante de tantos espacios y deseos, es contradictorio en sí mismo.
Agradecimientos
A la Coordinación de Perfeccionamiento de Personal de Nivel Superior (CAPES), al Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) y a la Fundación de Amparo a la Investigación del Estado de Minas Gerais (FAPEMIG) por la financiación de las investigaciones que dieron origen a este trabajo.
Referencias bibliográficas
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Grupo MOM | Brasil |
El Grupo MOM (Morar de Outras Maneiras) es un grupo de investigacióndel CNPq [Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico], creadoen 2004, auspiciado por laEscuela de Arquitectura de la UFMG. El objetivo central del MOM es investigar losprocesos de producción de viviendas, su entorno urbano y otrosespacios cotidianos, teniendo como horizonte laautonomía individual y colectiva de residentes, constructores, laeconomía social y losprocesos de impacto ambiental controlado. La investigación está dirigida principalmente a personas que, hoyendía, construyenviviendas de manera informal, conlaescasez de recursos financieros, técnicos y legales involucrados enello, o se someten a emprendimientosformalesenlos que tienenpoco poder de decisión. Son coautoras del presente artículo las investigadoras del Grupo MOM (Morar de Outras Maneiras/ Habitar de OtrasManeras, Escuela de Arquitectura, UFMG): Fernanda Barbabela, Giovanna Camisassa, Lívia Batista, Luara Assis, Maria Cecília Gomes, Maria Elena Vasconcelos, Maria Laura Vilhena, Milena Torino. Luna Lyra y SilkeKapp(Beca del CNPq, Brasil, processo 311773/2018-4)sonresponsables por lacoordinación de la investigación y laredacción. |