Crítico, pero estable
Angela Makholwa
| Sudáfrica |
junio de 2023
traducido por Juliana Monroy Ortiz (Laboratorio de Traducción de la Unila – UFSC – CNPq)
fragmento traducido de Critical But Stable
(Pan Macmillan, 2021)
*
El carro
Jabulani Khambule se acomodó en el sofá de su casa de soltero –un apartaestudio construido en la parte trasera de la casa de su mamá en Thokoza, Soweto. A él le gustaba llamarlo apartaestudio porque era de esa manera que la gente de los clase media llamaba a los cuartos del fondo, aunque sus amigos se burlaran de él siempre que usaba la palabra.
‘Estamos en el barrio, mano. Un cuarto del fondo es un cuarto del fondo. Aquí no hay apartaestudios’, se burlaban a sus costillas.
Pero él siempre tenía esperanzas de días mejores. Trabajar en los barrios burgueses todos los días te lo contagia. Te hace desear intensamente algo que tal vez no tendrías que estar deseando. Ver negros como tú manejando carros de lujo, pidiendo pizza todos los días, bebiendo buenos cocteles. ¿Por qué ellos y no él? Pocos años atrás ellos vivían en una casa de cuatro cuartos como la suya. ¿La lucha contra el apartheid fue apenas para beneficio de unos cuantos malparidos?
Fue hasta el minibar junto a la puerta principal del apartaestudio, lo abrió y agarró una botella de cerveza. Ya no se sentía culpable por estar tomando un día entresemana y lo tenía sin cuidado que fueran solo las diez de la mañana. Mucho menos cuando tenía que despertarse en ese cuartucho todos los días, sin novia, un sueldo de mierda y atrapado en aquel empleo solo Dios sabe hasta cuando.
Ayer había trabajado en el turno de la mañana en el condominio que llamaba su lugar de trabajo y estaba mentalizándose para el turno de la noche que lo esperaba. Comenzaba a las 6 p.m. así que creyó que podría disfrutar su bebida, ver televisión, y después echarse a dormir antes de despertarse por la tarde para alistarse. La noche era su única compañía cuando se trataba de beber e ir de taberna en taberna con los amigos. Para eso estaban hechas las noches; no para cuidarle las casas a los privilegiados.
Buscó el control remoto de la televisión. La casa era un caos. El sofá de dos plazas ocupaba la mayoría del espacio que él llamaba sala de visitas. La cama estaba a solo un metro del sofá. Había llegado a la casa después del turno y tirado la ropa en el suelo. Su madre normalmente le lavaba la ropa los viernes, así que él solo tenía que meter todo en un cesto de ropa sucia los jueves.
Finalmente encontró el control remoto embutido entre dos cojines del sofá e hizo zapping hasta que se decidió por las noticias. Afortunadamente su madre había instalado TV por cable; él solo disfrutaba ver noticias y deportes.
Sorbió con pereza la cerveza, pero paró y se sentó recto cuando vio un Mercedez-Benz negro relampagear en la pantalla y lo que parecía ser la escena de un crimen, delimitada por aquella cinta amarilla de la policía, y una reportera del noticiero parada al frente de ella.
Aumentó el volumen.
‘... en la calle Rivonia en las primeras horas de esta mañana. El cuerpo de una mujer fue encontrado en el asiento del conductor. El nombre de la víctima, dijo el portavoz de la policía, no ha sido divulgado a espera de la investigación sobre la causa de muerte. Se negaron a declarar si sospechaban de crimen, pero convocaron a quienes tengan cualquier información a declarar.’
He banna! / ¡Dios mío!
¡Él conocía ese carro –y aquella placa!
No solo eso, sino que lo había visto recién ayer, más o menos una hora antes de que hubiera terminado la jornada a las 6 p. m. cuando su compañero de trabajo Sam comenzó el turno.
El carro pertenecía a una mujer elegante que vino a visitar al tipo zimbabuense en el condominio en el que él trabajaba. Como todos los visitantes, ella firmaba la entrada. Él siempre había tenido curiosidad por ella. Venía en horas raras, pero normalmente no se quedaba más que una hora o dos. Nunca se quedaba por la noche, lo que lo hizo preguntarse si sería casada. Era un poco más vieja que el zimbabuense, aunque podía notar por qué él se sentía atraído por ella. Ella tenía una cara bonita y cautivante, y siempre sonreía y le decía adiós con la mano cuando volvía a salir.
No había visto si ella usaba anillo de casada, pero guardaba algún resentimiento. Él detestaba que los extranjeros sintieran que podían acostarse con mujeres en Sudáfrica. ¿No era suficiente que un sudafricano como él estuviera trabajando como vigilante mientras extranjeros como el tal "zim" andaban por ahí como si fuesen los dueños del lugar? ¿Ahora también tenía que ver sin chistar mientras ellos se acostaban con mujeres casadas?
Ja-ne / Pues sí. Todo estaba mal en este país en estos tiempos.
Pensó en lo que había acabado de presenciar en el noticiero. Esperaba que repitieran la noticia durante la emisión de las diez y media. Había un número para llamar en la parte de abajo de la pantalla, pero había desaparecido antes de que él lo hubiera anotado. Aquel extranjero probablemente tenía algo que ver con la muerte de ella.
Pero primero tenía que llamar a Sam. Marcó el número de su colega, pero no le contestaron. ¡Maldita sea!
Se pasó de un sorbo la cerveza y fue hasta la nevera a buscar otra. Podía sentir la adrenalina galopando. ¡Lo que daría para que aquel kwerekwere / gringo tuviese alguna cosa que ver con la muerte de esa mujer! ¡Ja, ja! Llegó la hora de pagar. Un donnadie também merecía algunos triunfos en la vida.
Y este era uno de los grandes. Ya podía imarginarse entreteniendo a sus amigos con este cuento en la taberna el sábado.
Después de la segunda botella de cerveza, intentó llamar de nuevo a Sam. Le respondió la llamada, pero segundos después, escuchó la voz intimidante de la mujer blanca de la empresa de telefonía.
'Su saldo es insuficiente para llevar a cabo esta llamada, por favor haga una recarga'.
Voetsek!/¡Coman mierda!
Saldo insuficiente. Saldo insuficiente. Nywe nywe nywe.
Ahora tenía que ir a la tienda spaza a cargar. ¡Carajo! Hoy que estaba sientiéndose tan perezoso. ¿Valía la pena?
¿Para poner un kwerekwere/ gringo creído tras las rejas? ¡Claro que valía la pena!
Fue a ver si todavía le quedaba plata en la billetera. Faltaban dos días para que le pagaran.
Había aprendido a pedirle a su madre que le guardara el dinero del transporte para el mes porque sabía que podría acabar por gastárselo todo en cerveza. Todavía tenía treinta y cinco randes.
Su madre también le haría el almuerzo y la cena para llevar y el transporte para dos días estaba garantizado.
Ok. Compraría doce randes de crédito, pero ¿sería suficientes para llamar a Sam y al número en la parte inferior de la pantalla? ¡Ufff! Conociendo a la policía, probablemente iban a dejarlo esperando indefinidamente. Yho! / ¡qué!
No, tenía que usar el teléfono de su mamá.
Se lavó los dientes para que ella no pudiera decirle que había estado bebiendo y fue para la casa principal para hablar con ella.
Inmediatamente puso un pie en la casa, ella, con cara de disgusto gratuita, lo fulminó con la mirada.
‘Ufunani? /¿Buenas? ¿Qué wena?’/ ¿Qué se le ofrece?’
‘Hawu / Virgen Santa, ma. ¿Desde cuándo las madres saludan así a sus hijos?’
‘Tú eres jodido, wena. No tengo dinero para prestarte. Pa' que lo sepas, le dijo irritada.’
‘No vine para pedirte plata, ma. Mataron una mujer en mi condominio… donde trabajo, ma. Quiero llamar a Sam. Porque creo que fue asesinada en el condominio.’
‘Yho! / ¡Ay, no! ¿En serio? ¿Esa gente rica hace esas barbaridades?’
‘Jabulani sacudió la cabeza solemnemente. ‘Mi trabajo es duro, ma. No te dejes engañar por los carros y ropas finas. Estas personas son salvajes. Préstame tu teléfono. Es urgente. Necesito estar seguro de que no hay más muertes en el condominio.’
‘Oh, lo siento, mntwanam / mi principe. ¡Tu trabajo es tan peligroso!’
Él se encogió de hombros. No soy más que un hombre sencillo salvando vidas. ¿Qué puedo hacer?
‘Thatha / Toma, toma. Lleva el teléfono. Haz tu trabajo, m'hijo, pero, por favor, ten cuidado’, le dijo mientras agarraba la cartera de la silla del comedor y le entregaba el celular a Jabulani. Se sentó encorvada en la silla del comedor, se santiguó y se contempló llena de orgullo.
Jabulani marcó el número de Sam y esperó por la voz al otro lado.
‘Sam. Unjani? /¿Quiubo?’
‘Hey, estoy intentando dormir, Jabu. ¿Por qué insistes en llamarme?’
‘No, mi hermano, escucha. Es importante. ¿Sabes aquella señora del Mercedes negro? ¿Aquella que visita al zimbabuense de la casa 89?’
‘Hey, mano. Sé quien es. ¿Por qué?’
‘Sam, encontraron el cuerpo de aquella mujer muerta esta mañana, bafo / mi hermano. En la calle Rivonia. ¿A qué horas salió ella ayer? Ella entró antes de que yo marcara tarjeta, pero no la vi salir.’
‘Bafo / Mi hermano, ey, ey, ey. Sabes, ayer por la noche ocurrió una cosa muy rara. La verdad, fue hoy muy temprano. Como a la una de la mañana, vi el Mercedes salir, pero eran dos tipos. No vi ninguna mujer en el carro.’
Angela Makholwa | SUR ÁFRICA |
Angela Makholwa publicó su primera novela Red Ink en 2007: Su tercer libro The Black Widow Society (2013) está actualmente en proyecto de adaptación para ser un guión.