edición litafrika

periferias 8 | litafrika: Encuentros Artísticos

ilustración: Mateus Rodrigues

Temporada de flores carmesíes

Abubakar Adam Ibrahim

| Nigeria |

junio de 2023

traducido por Penélope Serafina Chaves Bruera (Laboratorio de Traducción de la Unila – UFSC – Capes)

fragmento traducido de Season of Crimson Blossoms
(Cassava Republic Press, 2015)

*

Trepó la reja una vez más, como ya lo había hecho otras dos veces, pasados quince minutos de las siete porque sabía, por cuidadosa consideración, que si no se había ido a la madrasa, estaría sola. Habiendo rodeado el frente, la espió detrás del muro y la vio regar los canteros de petunias que no estaban allí la última vez que se había tomado la libertad de invitarse. La observó sacar agua de una palangana amarilla y salpicarla sobre las plantas. Dejó la palangana y se enderezó, con una mano en la espalda, el agua cayendo de los dedos de la otra. Ella se giró lentamente y sus ojos se encontraron. Él salió de atrás del muro y ella estiró tentativamente un brazo para cubrirse los senos e inmediatamente lo bajó.

‘Buen día.’ A él le falló la voz, pero hizo una leve venia y extendió las manos al frente.

Ella se puso una mano sobre el acelerado corazón.

‘Yo, hem, vine solo a devolver tu teléfono, entiendes. Como prometido.’ Él metió suavemente una mano en el bolsillo, con la otra todavía extendida, y sacó el teléfono. Lo levantó en su dirección y ella se lo pensó por un rato. Finalmente, asintió. Él avanzó, lentamente, extendiéndole el teléfono.

‘Discúlpame… por todo’. La vio pasar el pulgar sobre el teléfono como reclamándolo propio, como marcando su propiedad como un animal lo haría con su olor. ‘Normalmente no acostumbro hacer esto, sabes, andar por la casa de las personas… ¿entiendes? Ninguno de mis hombres te va a molestar de nuevo, insha Allah’.

Ella levantó la vista hacia él, y como estaba pensando en Yaro, había un brillo acuoso en sus ojos. ‘Gracias’.

Él asintió y se dio vuelta para irse.

‘Espera.’

Se dio vuelta hacia ella.

‘¿Tu nombre? No me lo dijiste.’

‘Reza. Me dicen Reza.’

‘¿Reza?’, enrolló la palabra con la lengua como quien saborea el gusto de una nueva comida. ‘¿Debes tener uno de verdad?’

Él había tenido un nombre de verdad, en otra época. El profesor que seseaba y tenía los hombros enjutos tenía la manía de decirlo cada mañana cuando tomaba lista. ‘Hassan Babale.’ El nombre sonaba como un eco de su memoria. ‘Pero ahora todos me dicen Reza.’

‘Hassan. Me voy a acordar.’

Él asintió, murmuró algo y estaba por darse vuelta de nuevo. Ella estaba inquieta. A continuación se pasó los dedos por las sienes.

‘Quieres… un poco de agua o alguna cosa, quiero decir. Estoy sola por acá… por ahora.’ Ella miraba hacia abajo, hacia el cantero húmero de las petunias que Hadiza había plantado con tanto amor para darle color al jardín austero de su madre que acogía pajaritos cuando despuntaba el sol. Fue en ese preciso momento, Binta reflexionaría más tarde, que los pétalos de su vida, como un capullo que había soportado medio siglo de noches, comenzó a desabotonar.

 

Aunque la víbora mude de piel, víbora es

Cuando Reza deslizó la mano bajo la capulana de ella, descubrió, para su sorpresa, que aquel manojo de pelo antiguo que había encontrado la primera vez había desaparecido. A ella le dio gracia su expresión de asombro y ofreció la más leve resistencia cuando él desató la capulana y espió lo que había debajo. Ella se dejó sentar en un banquito acolchonado frente al toilette. Cuando él se arrodilló delante de ella, giró la cara y apretó los muslos. Pero ni bien él los separó, con suavidad, y se acomodó entre ellos, poniendo la lengua sobre su clítoris, ella se agarró a esa cabeza de minúsculos tacurúes y se deshizo en terremotos. Y como se encontraban solos en la casa, porque siempre lo deseó, porque no pudo contenerse, ella gimió. Con la lengua, él destrancó algo en las profundidades de su ser. Se elevó con lágrimas cayéndole por el rostro.

Cuando se encontraron acostados en la cama, todavía sin poder mirarse a los ojos, Binta, ya dándole la espalda, se alejó un poco de él. ‘No soy una ‘yar iska.’

Estado frunció el ceño. ‘Bueno, nunca dije que lo fueras. Te tengo en la más alta de las estimas, ¿entiendes?’

‘No quiero que hagas falsas suposiciones sobre mí por lo que ocurrió. Soy una mujer decente y respetada, sabes. Nunca estuve con otro hombre que no fuera mi marido, que Dios lo tenga en la gloria.’

‘Entiendo, confía en mí. Nunca pensaría algo así de ti.’ Él se sentó colgando las piernas del borde de la cama. ‘No entiendo, ¿cómo pasó esto?’

Ella suspiró. ‘Desde la última vez que viniste y… he estado pensando que las personas podrían mirarme y ver fornicación escrito en mi frente. O sentir su olor en mí.’

Él se rio. ‘Hueles muy bien. Y no tienes nada escrito en la frente, lo entiendes’

‘No, tú no entiendes. Puedes estar acostumbrado a estas cosas. Yo no. Los primeros días, me carcomía la culpa y la vergüenza. No lograba asistir a las clases en la madrasa por miedo a que las personas supieran lo que había ocurrido. Y cuando no viniste creí que me despreciabas por lo que había ocurrido, por lo que permití que ocurriera. Y después pasó una semana y pensé bueno, tal vez no soy lo suficientemente buena ni siquiera para él. Qué iba a querer con una vieja como yo.’

‘No, no, no eres ninguna vieja, para de decir eso.’ Él cruzó la cama y la rodeó con un brazo. ‘Y no te desprecié. Creí que tú me despreciabas por haberme aprovechado de ti y no sabía qué esperar si regresaba. No planeé nada de esto, ¿entiendes?’

‘Nadie puede saber de esto, nunca.’

‘De mi boca no lo sabrán nunca. Lo juro.’

Ella suspiró. ‘Entonces, ¿al final por qué te dicen Estado?’

El largó una risita burlona y se apartó de ella, dándole la espalda. ‘Fue hace mucho tiempo. Todavía era joven.’

Ella se dio vuelta y le vio los músculos rígidos y observó lo firme que tenía la piel, recordándole lo joven que era él, y cuanto ella había envejecido. Estiró la sábana para taparse los pechos.

‘Tengo muchos hermanos, del mismo padre, ¿se entiende?’ Se aclaró la garganta, como si fuese a toser para quitarse el polvo que los años habían arrojado sobre esos recuerdos jamás visitados. Por un momento él se mantuvo en silencio.

‘Ellos siempre se burlaron de mí, por mi… por mi… porque yo era diferente, ¿se entiende?’

Ella estiró el brazo y le dio unas palmaditas en la espalda, trazando las cicatrices falciformes de su espalda.

‘Siempre decían cosas feas sobre… tú sabes, siempre andaban diciendo cosas feas, ¿entiendes? Y entonces un día, cuando terminaron las clases, Bulama vino a decirme cosas. Él es más grande que yo y siempre andaba buscando que peleáramos porque… siempre me peleaba porque yo le dejaba. Pero ese día yo había fumado porro, mi primera vez, me sentía… como atrevido, ¿entiendes? Entonces le di una buena zurra. Cuando se cayó le grité: Ningún estado es permanente.’ Y se rio.

Le sorprendía la facilidad con la que se reía. ‘Entonces fue así.’

Cuando él se dio vuelta y sonrió, ella vio, por primera vez, lo bello que era. Se miraron el uno al otro, con los ojos diciendo lo que pensaban sus corazones, cosas que nunca dirían en voz alta.

Binta apartó primero la mirada, pensando en la locura de haber acabado de acostarse con alguien que le recordaba a su primer hijo, alguien que probablemente era más joven de lo que era Yaro cuando había muerto. Se cubrió el rostro con las manos. ‘¿Hasta qué año?, llegaste en la escuela, me refiero.’

Él suspiró. ‘Me expulsaron en mi último año del secundario.’

‘¿Por qué?’

‘Le rompí la nariz a un profesor.’ Sacudió la cabeza con tristeza. ‘Quería azotarme durante una asamblea porque me agarraron vendiendo porro a unos estudiantes.’

‘Y entonces, ¿qué te detuvo de volver y terminar en otro lugar?’

‘Mucho metal en la cabeza, muchas peleas con navajas, mucho porro, mucha… estupidez.’ Se golpeó las sienes con el dedo. ‘Diez años es mucho tiempo. Ahora tengo mucho humo en la cabeza, ¿entiendes?’

Cuando el silencio de ella, tan profundo, resonó en él, la miró por encima del hombro y la encontró tapándose la cara con las manos.

‘¿Estás bien?’

Ella no lograba decirle que una parte de sus lágrimas eran por él. Pero la mayoría, las que estaban ribeteadas de recuerdos, eran por Yaro. Entonces se sorbió la nariz y se secó la cara con la sábana. ‘Siempre se puede volver.’ Su voz estaba pesada de remordimiento. ‘Yo volví. Tú también podrías hacerlo. Eres hombre; será más fácil para ti.’

‘¿Tú?’

‘Me sacaron de la escuela para que me casara con un hombre que apenas conocía, que Alá lo tenga en la gloria. Después de mis dos primeros hijos le dije que había un grupo de alfabetización para adultos en el barrio y que quería inscribirme. Al principio estaba reacio, pero lo persuadí. Estudié mientras criaba a mis hijos. Tuve a mis hijas Hureira, que se casó en Jos y Zainab, que murió dando a luz, y después tuve a Hadiza. Todo mientras estudiaba para tener mi título de profesora. Fui profesora de primaria casi veinte años en Jos. Tuve que renunciar cuando mi hijo se mudó acá.’

Él la miró con renovada admiración. ‘A gaishe ki, Hajiya.’ Se golpeó la mano izquierda con el puño de la derecha, ofreciéndole el saludo de los bandidos ‘yan daba.

Binta echó la cabeza hacia atrás y se rio.

Él se quedó viéndola reírse, preguntándose qué sonido tendría la risa de su madre, o si alguna vez llegaba a reírse de esa manera. Cuando la sábana que ella sostenía contra el pecho se cayó, mostrando las elevaciones de sus senos, se preguntó por qué se sentía atraído sexualmente por una mujer más vieja que su propia madre.


 

Abubakar Adam Ibrahim | NIGERIA |

En su tierra natal, el noreste musulmán de Nigeria, Abubakar Adam Ibrahim está considerado un provocador literario. Ha recibido numerosos premios como periodista y escritor, incluyendo el “Premio Nigeriano de Literatura” (2016), el premio literario con más peso de toda África. Su cuarto libro, When We Were Fireflies, acaba de ser publicado.

@abubakar.a.ibrahim.7 @abubakarwrites @Abbakar_himself

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