edición litafrika

periferias 8 | litafrika: Encuentros Artísticos

ilustración: Mateus Rodrigues

¡Esa dama la rompe bué!

Yara Nakahanda Monteiro

| Angola |

junio de 2023

traducido por Mario Rodríguez Torres (Laboratorio de Traducción de la Unila)

fragmento traducido de Essa dama bate bué!,
(Guerra e Paz Editores, 2018)

*

El vigilante se despierta sobresaltado y encandilado. Se levanta. Se tarda hasta equilibrar el paso. Lo logra. Intentando entender lo que está pasando, corre hacia la calle.

— ¿Tinoni, te pagamos por dormir? — Pregunta Katila, sabiendo la respuesta.

— Le pido mil disculpas.

— Cuando volvamos, si estás durmiendo, voy a presentar una queja —amenaza Katila, cerrando la ventana del carro.

Tinoni, asustado y con humildad, baja la cabeza.

Entramos en el jeep. Un rapero con voz suave y lengua afilada suena alto en los parlantes: "Top dollar with the gold flea collar; Dippin’ in my blue Impala...". Nos presentamos. Ricardo maneja y Edson va de copiloto. Se quejan de la demora, pero sin perder la calma.

Entramos en la avenida costanera de Luanda. El escarnio de las luces de la iluminación de la bahía y de los edificios gubernamentales contrasta con la oscuridad de las residencias. Las palmeras y el agua le dan el sello de una ciudad tropical. Las calles y los andenes están desocupados. El caos se recogió. No es este su escenario.

"De noche Luanda es hermosa", pienso. Me deleito mirándola.

El viaje es corto. Estacionan el carro en una calle de la Baixa, cerca de una pequeña iglesia de paredes de cal blanca y con una moldura amarilla que la rodea completamente. Dos torres gemelas le protegen el arco de la entrada. Es una iglesia que podría estar en una pequeña aldea portuguesa. Nádia y Katila van escoltadas por los muchachos. Los tacones altos no se ajustan a las ruinas de la retorcida acera portuguesa. Sin alejarme mucho, sigo sola atrás. Nádia me llama y me da el brazo.

Durante el camino, unos niños corren detrás de nosotros. Me asusto varias veces. Katila se ríe.

— ¿Dónde anda mi pequeño Toño? — Se dirige Katila al grupo de niños.

— Voy a llamarlo — dice uno de ellos antes de salir disparado corriendo.

Continuamos caminando por unos cien metros hasta llegar a la puerta del bar.

— Madrina, madrina, aquí estoy.

— ¿Qué tal? Dame dos marlboros rojos.

Toño no debe tener ni 13 años, sin embargo, vende cigarrillos fuera de horario.

El escenario es de videoclip de hip hop. La luz es tibia y envolvente. Se fuma aquí dentro. El bar está lleno, pero me muevo con facilidad. La unión masculina está definida por la gorra de básquet, la camiseta, los jeans baggy y los tenis Air Jordan que los muchachos usan. La altura de los tacones y la escasez de ropa agudiza la competencia femenina. El grupo se dispersa. Cada uno va al encuentro de su tribu. 

Nadia se da cuenta de que estoy perdida y viene a buscarme. Me lleva con ella hasta la barra del bar. Saluda al barman con dos besos en las mejillas y uno en la boca. Es un mulato alto con rasgos andrógenos.

Nos ofrece tragos de Gold Strike. Nos los tomamos de un golpe.

— ¿Qué quieres beber? — Me pregunta Nádia.

— Malibú cola.

Mientras esperamos las bebidas, muchachos y muchachas se aproximan y saludan a Nádia. Soy presentada de pasada y de prisa olvidada. Comparten abrazos, se dan besos y high fives en el aire. Me da la impresión de que todos se conocen en ese bar.

La música suena alto. Ellos, los muchachos, sacuden los hombros, levantan los brazos y aplauden.

Por momentos cierran los ojos y proclaman el evangelio del hip hop. Ellas tienen las manos en la cintura.

Con los pies ligeramente separados y las rodillas flexionadas, hacen girar las caderas hacia adelante, hacia un lado, hacia atrás y después hacia el otro lado. El bamboleo sigue el ritmo de la música: "Now give it to me. Gimme that funk, that sweet, that nasty, that gushi stuff...".

El baile solo para cuando el DJ deja de tocar música. Miro el reloj, son las 3:30 de la mañana. De repente, se encienden las luces, causando la impresión de ser reflectores de un estadio de fútbol e hiriendo los ojos. Todos comienzan a huir de ellas y a abandonar el bar. Somos los últimos en salir.

Volvemos a recorrer los mismos cien metros hasta el carro. Aparecen más niños. Nos siguen. No están vendiendo cigarrillos. Con una mano masajeándose la barriga, piden dinero. Nadie les presta atención. Entramos al carro. Las puertas son trancadas rápidamente. Continuamos en el tour de la night.

Por la calle en que vamos hay una congestión de carros. De repente, el Mercedes ML negro del conductor se ve rodeado. Sin miedo, la gente encara las ruedas del carro. Ricardo no se desvía. Creo que piensa que no debe ser él quien se desvíe de las personas. Conduce con seguridad y avanza. Paramos. Nos bajamos del carro. Edson le grita a un muchachito desnutrido:

¡Fuera de aquí, carajo!

Me asusto. El niño no se larga, continúa siguiéndonos. De los bolsillos del pantalón Ricardo saca un billete y se lo entrega ordenándole:

Ahora lárgate.

No te confíes. A la primera oportunidad te quedas sin la cartera y sin el celular – le advierte Katila, molesta.

— Drogadictos. Deberían estar en la escuela — dice Edson, no sé si criticando a los niños, a la guerra o al Gobierno, o a los 3 de una sola vez.

No veo niñas, no veo muchachas, no veo mujeres. No veo las otras esquinas en que podrían estar. Veo a la policía. Vigilan la discoteca.

Hay una enorme fila de hombres esperando del otro lado de la cuerda, que solo se abre cuando el portero lo decide. La cuerda es la frontera que separa a los que son bienvenidos de los rechazados. Los blancos entran directamente. Los mulatos son seleccionados y los negros esperan. La elección del portero tal vez sea de base más capitalista. Para el portero, es probable que un blanco en Luanda tenga más dólares para gastar que el resto. Vamos a la entrada lateral. No hay filas. Somos VIP. Estamos casi entrando cuando aparece un negro casi enano. Usa un sombrero trilby, impecablemente blanco. Sus músculos se pegan a la camiseta. Por donde pasa, todos los saludan.

Abandonamos la idea de entrar.

— ¿Gran poeta Betiño, cómo estás? —Lo saluda Nádia.

— Muy Bien.

— Haz unos versos para sacudir a la people — Le pide Edson. Betiño pasa la mano por la corona del sombrero y, con un movimiento circular, alisa el ala de fieltro. Con suavidad jala os pliegues del pantalón a la altura de las rodillas y los sacude. Abre los brazos y, como si estuviera anunciando el inicio de un espectáculo, entona:

— ¡Hermanos y hermanas, una buena madrugada a todos!

El público se aproxima.

Betiño se moja los labios, aclara la garganta y declama:

Es
Gran Dama vive en la fe
A todos ama
La rompe bué
Viene el día
Es problema
Se va la alegría
Vive dilema
Luanda mi kamba
¡Guau es!
Luanda mi dama
¡La rompe bué!
Hemanos y hermanas
Es sentimiento
Son rimas insanas
¡De este momento!
¡Esa dama la rompe bué!
Luanda mi kambá
¡Guau es!

 

El público, arrebatado por la emoción de Betiño, aplaude y grita con entusiasmo:

— ¡Bravo!

Voces de fondo piden que todos se callen.

— Déjense de ilusiones — se burla Katilla, con la mano en la cintura.

— Betiño en escena. La familia es complicada, pero es la que hay — bromea Betiño, mientras pasa el sombrero por todos pidiendo una contribución.

Un blanco intenta dejar un billete en el sombrero de Betiño. Educadamente, Betiño lo rechaza y remata:

— Solo se compra lo que está a la venta. Mi poesía es un regalo.


 

Yara Nakahanda Monteiro | ANGOLA |

La novela debutante de Yara Nakahanda Monteiro Essa Dama Bate Bué! (2018) ha sido traducida a diversas lenguas. Por su colección de poesías Memórias, Aparições, Arritmias, fue galardonada con el premio portugués de Literatura “Glória de Sant’Anna “ en 2022. Monteiro es también la co-autora de dos cortos sobre la historia colonial angolena-portuguesa, produce podcasts y es una conferenciante invitada en identidades feministas Afro-europeas. 

@ola_yaramonteiro

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