Narrativas

periferias 7 | desaprisionar la cárcel

ilustración: Pedro Carneiro

Racismo y encarcelamiento: la selectividad del sistema penal en primera persona

Amabílio Gomes Filho

| Brasil |

enero de 2023

Mi nombre es Amabilio Gomes Filho. Nací en 1978 y cumpliré 45 años en 2023. Soy hijo de un padre negro y una madre blanca, ambos emigrantes de la región noreste, quienes llegaron a Río de Janeiro en los años sesenta. A pesar de su escasa formación, mi padre consiguió sacar el carné de conducir y trabajar como chófer. En una época aún más machista, mi madre trabajó como ama de casa. Éramos cinco hermanos, todos hombres. El cuarto murió cuando aún era un bebé. Soy el más joven de los cinco, el único que nació y creció en Nova Holanda1El territorio de la Maré se consolidó en la década de 1940. Nova Holanda es una de las 16 favelas que forman el Complexo da Maré. Su origen data de 1962, a partir de la intervención pública del gobierno estatal. (Censo populacional da Maré. Redes da Maré - Río de Janeiro, 2019. Disponible en: https://www.redesdamare.org.br/br/publicacoes).. Dos de mis hermanos nacieron cuando mi madre aún vivía en la Baixa do Sapateiro2 La Baixa do Sapateiro fue la segunda favela del Complexo da Maré en ser ocupada espontáneamente, en 1947. (Censo populacional da Maré. Redes da Maré - Río de Janeiro, 2019. Disponible en: https://www.redesdamare.org.br/br/publicacoes)., y otro nació cuando ya se había mudado a Roquete Pinto3La favela Roquete Pinto fue ocupada en 1955. (Censo populacional da Maré. Redes da Maré - Río de Janeiro, 2019. Disponible en: https://www.redesdamare.org.br/br/publicacoes).. Así que puedo decir que soy el único "holandés" de la familia.

Por desgracia, mi padre falleció en 1989. Yo solo tenía 11 años, así que mi madre tuvo que buscar un trabajo. Luego fue el turno de mis dos hermanos mayores. Abandonaron la escuela para asumir las responsabilidades del hogar y la familia. Antônio4Todos los nombres utilizados en este artículo son ficticios. fue a trabajar al globinho5Forma como se llamaba popularmente al oficio de repartir el periódico O Globo en los condominios residenciales y empresariales de Río de Janeiro en los años noventa. y Adriano a una carpintería del centro. Siendo aún un niño, me quedé prácticamente solo la mayor parte del tiempo, ya que mi hermano Arnaldo era el único que estudiaba, pero pronto siguió el mismo camino de los otros hermanos y empezó a trabajar como repartidor en un bar de bocadillos de Botafogo, en la Zona Sur de Río de Janeiro.

Mi infancia fue como la de muchos niños de los años noventa: jugando a las canicas, a las cometas, al pillarse, a las escondidas, etc. Recordando aquella época, creo que estábamos libres de la tecnología, especialmente de los teléfonos móviles. Hoy nuestros hijos están atrapados en las redes sociales. Los padres temen dejar que jueguen en la calle debido al aumento de la violencia, sobre todo en días de operaciones policiales, que es una realidad en las zonas periféricas y los barrios marginales. Antiguamente los juegos integraban a los niños, ahora se integran por el número de likes.

Con estas transformaciones sociales, mi adolescencia temprana fue diferente: significó el comienzo de una vida delictual. Conocí la cerveza y el vino cuando solo tenía quince años, luego vino el cigarrillo, después la marihuana y comprendí que para tener novia necesitaba andar con un par de zapatillas Nike, pero ¿cómo las iba a conseguir siendo hijo de una madre viuda, pobre y analfabeta? Solo había una manera y era robando.

Fui detenido por primera vez a los dieciséis años en el centro de la ciudad por lo que entonces llamábamos "pris", una modalidad de robo utilizada en los años noventa en la que uno de los involucrados metía la mano en el bolsillo de la víctima y el otro lanzaba al aire un papel parecido a dinero, de modo que la víctima creía que era su plata y no corría atrás de nosotros hasta que ya era demasiado tarde, porque a esas alturas ya habíamos desaparecido en medio del tráfico del centro. Hablando de mi primer encarcelamiento, hace ya 25 años, puedo decir que el sistema penitenciario no ha cambiado nada, lo que necesité en aquella década les sigue haciendo falta a los jóvenes de hoy. Lo que falta es simplemente una educación de calidad: puedo afirmar que la educación transforma y salva vidas, como ha salvado la mía. Durante 25 años estuve en el mundo del crimen. Empecé cometiendo hurtos, luego robos a mano armada y, finalmente, robos a mano armada. En uno de ellos me dispararon por primera vez. Me di cuenta de que ser ladrón era demasiado arriesgado y una enorme desventaja, así que decidí pasar al mundo del narcotráfico. Es importante señalar que esos caminos se van trazando a lo largo de los años; el bandido no nace bandido, sino que es el resultado de un proceso social y político.

Empecé como atividade de vapor6 La atividade de vapor es la del vigilante, alguien que se dedica a observar el movimiento en el territorio, especialmente en días de operaciones policiales, pero también durante los enfrentamientos que se producen entre grupos de civiles armados. El vapor, por su parte, es la persona encargada de la venta de drogas al por menor. El soldado es el guardia de seguridad de los puestos donde se venden drogas al por menor., luego pasé a ser vapor y después soldado. En un enfrentamiento recibí mi segundo disparo. Pasé un año con muletas porque la bala me fracturó el fémur izquierdo. Cuando retomé mis actividades me convertí en gerente, luego en gerente general de la favela y finalmente en propietario de las bocas de fumo7 Lugar en donde se comercializan las drogas. Funcionan como centros de operaciones del narcotráfico. de las comunidades de Nova Holanda y Rubens Vaz8Una das 16 favelas del Complexo da Maré, ocupada espontáneamente en 1954. (Censo populacional da Maré. Redes da Maré - Río de Janeiro, 2019. Disponible en: https://www.redesdamare.org.br/br/publicacoes).

Cualquier traficante con una trayectoria delictiva como la mía sueña con la libertad. El tráfico puede proporcionar muchas cosas, pero arrebata lo más preciado: la paz y la libertad. Llegó un momento en que aquella generación que empezó conmigo ya no existía más, muchos habían muerto y los pocos que quedaban estaban encarcelados por el sistema de punición en masa, pues si este fuera un sistema de resocialización yo no habría llegado a ser líder del narcotráfico. 

Un día estaba en la favela junto con más de 50 bandidos armados con rifles. Algo me decía que tenía que salir de ahí, así que me alejé de los chicos, fui a mi casa y llamé a un amigo que tenía una furgoneta en ese momento. Le dije que quería ir a Isla Grande, pero antes quería pasar por Paraty. Allí me alojé en una posada durante tres días y luego fuimos a la isla. Pasé quince días acampando y fue allí donde nació mi mayor sueño. Cuando vi a mi hija corriendo por la arena de la playa de Palmas, me dije: “No quiero morir en el narcotráfico y convertirme en una camiseta9 Es habitual que en los territorios de las favelas, cuando alguien muere a manos de la violencia estatal, familiares y amigos impriman camisetas, generalmente con una foto, en honor de la persona víctima de la violencia., quiero ver crecer a mi hija, ¡quiero ser padre!”.

En 2014, durante la ocupación del Complexo da Maré por las fuerzas armadas, fui detenido por tercera vez. Pasé dos meses en la prisión Laércio da Costa Pellegrino, también conocida como Bangu 1. Luego me trasladaron a la prisión federal de Catanduvas. Allí estuve preso por 1098 días, unos cuatro años. Sin embargo, parte de mis derechos sí fueron respetados. Quiero que quede claro que el sistema federal es diferenciado, es como una máquina para hacer enloquecer a los hombres. Muchos piensan en el suicidio como la única salida a un sistema que parece más bien una máquina de matar para hacerlos morir en vida. Sobreviví gracias a la fe y al derecho a la remisión de la pena mediante la educación, los cursos y la lectura: este derecho me llevó a conocer historias que me motivaron a tomar la decisión que cambiaría mi vida.

En 2007, el Gobierno Federal inauguró el sistema penitenciario federal. Podemos culpar a ese gobierno de haber sido el puente para que las facciones de Río de Janeiro y São Paulo llegaran también a las ciudades del interior de los estados brasileños, donde en otros tiempos los crímenes se cometían apenas con objetos punzantes como cuchillos o tijeras. Hoy, la realidad que se vive en el norte, noreste y sur de Brasil es diferente. El crimen organizado y los robos que antes solo veíamos en las películas de Hollywood se han convertido en algo cotidiano. Si hay que culpar a alguien, es a un sistema creado únicamente para segregar a los negros pobres de la periferia.

Hace solo 200 años los negros ya eran marginados, cuando luchaban por su derecho a la libertad, cuando sus amos blancos los ataban a un tronco y los castigaban. No es diferente de lo que sucede hoy cuando un magistrado blanco castiga con severas penas, de años de cárcel, a un negro pobre de la favela que, muchas veces, por falta de oportunidades comete delitos para comer, vestirse o incluso para presumir. Estos magistrados juzgan según el color de la piel. 

Habiendo vivido en la cárcel, fui testigo de historias increíbles, como la de dos jóvenes que fueron a parar a los tribunales, ambos respondiendo por tráfico de drogas — artículo 33 del Código Penal —, sin embargo, uno era de la Maré y el otro de una favela de la Zona Sur; uno blanco, el otro negro. Ambos fueron declarados culpables de tráfico de drogas. Pero uno fue trasladado a un distrito y el otro a uno diferente. El "chico blanco" fue absuelto y salió en menos de treinta días, mientras que el "chico negro" recibió 12 años en régimen cerrado. Ambos fueron juzgados por el color de su piel, no por el delito.

Hoy tengo un amigo que se encuentra en una situación similar. El sistema de justicia penal, este sistema que parece más bien una máquina de triturar personas vivas, que pasa por encima de la vida de familiares, amigos y de la sociedad en su conjunto, es el mismo sistema que está castigando tan duramente a mi amigo. Oswaldo estuvo preso por 26 años, pasó por el sistema federal y estatal para cumplir una condena de 49 años. En los últimos cuatro años fue trasladado a una cárcel semiabierta (cárcel Vicente Piragibe, Bangu). Allí, con otros reclusos, formaron un grupo de artistas de varias ramas y conquistó su libertad gracias a un beneficio concedido por el "sistema". Una vez libre, Oswaldo, junto con otros once antiguos reclusos, creó una ONG que promueve el arte como movimiento cultural y transformador de vidas. Oswaldo ahora está cursando el primer año de enseñanza media. Sin embargo, a pesar de haber cumplido más de la mitad de su condena, trabajando, estudiando y liderando un proyecto cuyo objetivo es salvar vidas a través del arte, Oswaldo es llamado a volver a ese mismo sistema que no le dio nada y le quiere arrebatar lo que conquistó por sus propios medios.

La puesta en libertad es una continuación de la prisión, pero sin muros ni barrotes. Es una persecución que juzga a hombres como Oswaldo y los conmina a regresar a un sistema carcelario que no ha aportado nada en sus vidas: concluir es la palabra que usan los estudiosos. Concluyen que Oswaldo no es digno de ser libre. Sería cómico, si no fuera trágico. Imaginen a los que en este mismo momento están sufriendo en carne y hueso el castigo de esos licenciados aquí en Brasil. Concluir algo sobre un negro es poner a prueba su conducta y, si es un expresidiario, esta conclusión sumada a las condiciones que el sistema impone se convierte en el centro de la selectividad de la vida intramuros y extramuros, no solo del expresidiario, sino también de los familiares que terminan siendo incriminados socialmente.

¡Tengo miedo! En su momento el sistema me juzgó como una amenaza para la sociedad. ¡Tengo miedo! ¡Miedo de la amenaza en que se ha convertido el sistema para mí, un expresidiario! Déjame vivir para poder demostrarte, sistema, que sangro, que lloro, que siento el dolor de la pérdida, pero también la alegría de mis triunfos, que tropiezo, pero también me levanto, que soy negro, pero también humano. ¡Déjame vivir, sistema!

Amabílio Gomes Filho | BRASIL |

Agente de proyectos del Grupo Cultural AfroReggae y Articulador/Investigador del proyecto Construindo Caminhos, de Redes da Maré, dirigido a personas que han estado en prisión y sus familias. Actualmente está terminando la escuela secundaria y sueña con ir a la universidad. Empezó a escribir en 2004 y, desde entonces, empezó a reflexionar y plasmar en el papel sus pensamientos, recuerdos y afectos producidos a lo largo de sus 44 años. Su escritura es de alguien que sobrevivió a la prisión, por lo tanto, encarnado y visceral.

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