Entrevistas

periferias 7 | desaprisionar la cárcel

ilustración: Mulambo

"Por un mundo sin prisiones": entrevistas a militantes del Frente por el Desencarcelamiento de Paraná

La importancia de los movimientos colectivos en el cotidiano de la lucha por el desencarcelamiento

Layra Rodrigues y Jhey Rodrigues

| Brasil |

septiembre de 2022

traducido por Sophia Belén Ruiz González

La calamitosa realidad del sistema carcelario es bien conocida, y se sabe que no es consecuencia de una falencia en la gestión, sino algo constitutivo de su carácter. En cambio, las realidades y las características de los movimientos que se enfrentan a este sistema son mucho menos conocidas. Es por eso que Layra Rodrigues y Jhey Rodrigues, alumnas participantes del proyecto Derecho a la Poesía, de la Universidad Federal de la Integración Latinoamericana, buscan traer una mirada hacia esas realidades en las entrevistas que realizaron durante el I Encuentro Estadual del Frente por el Desencarcelamiento de Paraná.

El evento fue, entre otras cosas, una celebración de los esfuerzos que resultaron en la creación del  Frente por el desencarcelamiento de Paraná, que sigue el camino de otros inmueros frentes estaduales inspirados por la Agenda Nacional por el Desencarcelamiento, publicada en el 2013. La reversión del encarcelamiento en masa, eje que orienta las diez directrices que componen la Agenda, es también el horizonte al que miran los colectivos e iniciativas anticarcelarias que se reunieron en el evento que ocurrió en la ciudad de Curitiba  el día  26 de marzo de 2022.

A lo largo de ese día, Layra y Jhey escucharon a Lucas Duarte, coordinador de la Pastoral Carcelaria de Curitiba, militante del Frente por el Desencarcelamiento de Paraná y uno de los organizadores del encuentro; Márcia Tillmann, cocinera escolar, miembro del Colectivo de Familiares y Amigos de Personas Presas de Foz do Iguaçu y Región, egresada del sistema penitenciario y familiar de una persona privada de libertad; y Raissa Melo, periodista, militante del Frente por el Desencarcelamiento de Paraná y una de las organizadoras del encuentro, también egresada del sistema penitenciario. Los tres comparten en las entrevistas a continuación tanto partes de la historia colectiva de los movimientos en los cuales participan como de sus propias historias dentro de los mismos.

entrevista con Lucas Duarte, coordinador de la Pastoral Carcelaria de Curitiba 

¿Cómo surgió el Frente por el Desencarcelamiento? ¿Qué ha sido alcanzado a partir de esta articulación? 

El Frente del Paraná es una construcción reciente. Tal vez, para hablar de él, sea necesario hablar de la Agenda Nacional por el Desencarcelamiento, que viene siendo articulada por lo menos desde el 2013, a partir de la Pastoral Carcelaria y de movimientos como las Madres de Mayo. 

La Agenda es la principal alternativa que percibió la complejidad del encarcelamiento. No decimos solo que debe haber educación, sino que diagnosticamos, y, con el diagnóstico de que la prisión es un mal inútil, un sufrimiento inútil, pensamos en diez acciones que podrían mitigar ese sufrimiento y, quien sabe, eliminarlo.

A partir de la Agenda, las organizaciones que la componen comienzan a percibir la importancia de también organizarse en los territorios donde actúan — estados, ciudades, barrios —. Entonces, surgen los frentes por el desencarcelamiento, primero en Rio de Janeiro, después en São Paulo, en Minas Gerais… En la construcción del Frente, varias organizaciones que ya actúan por los derechos humanos van se alineando y sumando fuerzas: la universidad, la defensoría, los movimientos de iglesias, las pastorales, los movimientos de familiares y personas presas.

Durante la pandemia, construímos el Frente por el Desencarcelamiento en el Paraná, comenzando con los familiares. El lanzamiento de esta Agenda, el 02 de octubre del 2020, ocurrió en un día simbólico, que marca la masacre de Carandiru, donde por lo menos 111 personas fueron asesinadas por el Estado. Los familiares, al tener impedimentos para acceder al sistema, a las informaciones, vieron que era necesario organizarse de alguna forma. En ese momento fue que la pastoral, como es propio de nuestra actividad de apoyo a las organizaciones populares, mostró lo que se había estado construyendo en los otros frentes. Y varias personas comenzaron a unirse a nosotros. El mayor triunfo fue el protagonismo de los familiares en la elaboración de las denuncias y el diálogo con las autoridades. Nosotros intentamos crear eso: nadie representa a nadie en este espacio, cada colectivo debe organizarse para explicar sus demandas y exigir soluciones.

Tal vez llegamos al punto en el que estamos ahora por causa de políticas paternalistas, en las que la idea no es hacer con, sino hacer para. El padre Júlio, que es de São Paulo, nos insiste mucho que no podemos trabajar para las familias, para los presos. Nosotros trabajamos con, construyendo juntos, compartiendo. Es un proyecto más lento, demorado, más aún en la pandemia que estábamos con la imposibilidad de tener una presencia “cara a cara”. En la presencialidad se consiguen construir cosas más profundas. Sin embargo, necesitamos entender los tiempos de las personas y de la política también. A veces ocurren cuestiones de emergencia, que no conseguimos enfrentar, porque no tenemos la fuerza suficiente para atacar de frente. 

Nadie representa a nadie en este espacio, cada colectivo debe organizarse para explicar sus demandas y exigir soluciones

¿Qué análisis hacés del Colectivo de amigos y familiares en Foz do Iguaçu?

Tengo proximidad con el colectivo, y lo he fomentado, he dejado que las personas se posicionen, y me siento muy feliz, porque conseguir tener por lo menos tres personas de Foz do Iguaçu acá con nosotros es un triunfo. Me gustaría que hubieran personas de Londrina, Maringá… Aun así creo que es importante para esta lucha que los familiares se organicen a través de colectivos, y cuando digo colectivos, no me refiero a una cuestión burocrática, tener un registro de persona jurídica o algo por el estilo; sino personas que quieren juntarse porque perciben el sufrimiento inutil que el sistema carcelario proporciona. Y se trata de eso; la universidad haciendo lo que la universidad tiene que hacer, la defensoría haciendo lo que tiene que hacer, y juntar esas fuerzas con los familiares, para que sepan de la existencia de estas cosas.

Quiero decir, siempre decimos que las instituciones no funcionan, pero nosotros somos capaces de crear instituciones, participar de las instituciones de modo que estas nos puedan servir. Como dicen que estamos en un estado democrático de derecho, entonces creo importantísimo que los familiares, y no solo ellos, sino también cualquiera que se indigne con la situación, se movilice e involucre.

Uno de los problemas que veo en relación a esto, y no quiero ser polémico o divagar mucho, es la idea de lugar de enunciación: en lugar de movilizar a las personas, desmoviliza. “No tengo lugar de enunciación al respecto, no puedo participar”; la persona se anula y se queda en su mundo, con sus problemas subjetivos. Es necesario que no robemos los problemas de nadie, sino que percibamos los dolores ajenos como nuestros.

Yo siempre pienso esto como una cuestión de solidaridad, porque podés no estar siendo afectado directamente por aquello, pero, indirectamente, es un problema común para todos nosotros. Podés solidarizarte con el dolor de la persona que es diferente a vos, porque, de una u otra forma, todos estamos pasando por alguna cosa, sea en cuanto mujeres, en cuanto pobres, en cuanto hombres, en cuanto negros… siempre hay algo.

Sí, creo que se trata de eso también. La cárcel no es un mundo aparte del nuestro, no existe ese otro mundo del crimen, ese otro mundo de las prisiones, no existe eso. Es este mismo mundo nuestro.

¿Nos podés hablar un poco del libro Por un mundo sin cárceles, que fue lanzado recientemente y en el cuál vos participás?

Esa publicación colectiva de la Pastoral Carcelaria trata un poco sobre eso en  lo que insisto: no basta con hablar de abolicionismo, es necesario encantar nuestro imaginario. No se trata de superhéroes o literatura fantástica: es algo posible, varias prácticas hoy en día demuestran cómo la policía y el encarcelamiento son superfluos.

El texto que escribí en esa publicación habla de cómo una comunidad destruyó una prisión; la destruyó con las propias manos, a martillazos, lo rompieron todo. En términos prácticos, no necesitamos de esa… “violencia rebelde”. Es posible tornar estas instituciones obsoletas, como dice el texto de Angela Davis. Lo que pudo haber servido para otras generaciones, para la nuestra no sirve más. Necesitamos de otra estructura, otro medio, otra mediación, porque lo que tenemos ahora está arrebatando la vida de mucha gente. Esa publicación trae un poco de esa intención de mostrar que es posible, sea por los medios de la información, del debate académico, en la cuestión política de los movimientos sociales. Nosotros intentamos no desvincular el debate, la construcción y la práctica política…

Mi maestría fue sobre encarcelamiento, sobre nuestra lucha, y cómo la tecnología puede contribuir en ese encantamiento del imaginario de las personas, inclusive porque la mayoría de los discursos religiosos se apoyan en el punitivismo, en esa idea del sujeto culpable, del sujeto criminal. Hasta la Teología de la Liberación, corriente a la cual me adhiero, en su tradición reflexiva, digamos, no abordó el encarcelamiento; es un movimiento reciente. Se hablaba de tortura, de los presos políticos torturados, muchas canciones fueron cantadas en las comunidades sobre estos temas. Pero pensar que no necesitamos de la prisión, nadie lo hizo.

Las familias están indignadas, y pedimos "no, cálmense, vamos hacer tal cosa…", pero nunca se pide calma al ministerio público, nunca se pide calma a la policía. Comencé a optar por su rebeldía, por entenderlas, entenderlos, y hacer algo nuevo a partir de esa rebeldía.

Acostumbro decir que la Teología de la Liberación tiene como máxima la opción preferencial por los pobres, y yo he estado pensando también en la opción preferencial por la rebeldía de los pobres. A veces los estudiosos, agentes pastorales, o hasta nosotros, cuando alcanzamos un cargo de relevancia en la sociedad civil, nos colocamos como mediadores de conflictos. Las familias están indignadas, y pedimos "no, cálmense, vamos hacer tal cosa…", pero nunca se pide calma al ministerio público, nunca se pide calma a la policía. Comencé a optar por su rebeldía, por entenderlas, entenderlos, y hacer algo nuevo a partir de esa rebeldía. Es de ahí que surge la creatividad de los movimientos sociales: de la rebeldía, de la indignación.

entrevista con Márcia Tillmann, cocinera escolar, integrante del Coletivo de Familiares y Amigos de Personas Presas de Foz do Iguaçu y Región

¿Cuál es tu relación con la cárcel y con el Frente por el Desencarcelamiento?

Yo también estuve presa. Soy egresada, y hoy visito a mi esposo que está preso hace ya 11 años. Al Frente, lo conocí a través de una compañera, que también es egresada. Fue justo en la época de la pandemia. En Foz, sufríamos muchas dificultades, sin noticias de nuestros familiares, sin saber de nada. No había visita virtual, no había visita presencial, no había nada. Una compañera conocía a gente del Frente de Curitiba, ya era una de las articuladoras, y me unió al grupo. Ellos fueron ayudándonos  a conseguir visitas virtuales, a conseguir noticias de los familiares. También apoyan mucho cuando hay algún abuso de autoridad, agresión… Ellos dan las directrices correctas, indican dónde buscar ayuda.

Desde tu perspectiva ¿por qué las cartas de los privados de libertad no le llegan a los familiares? ¿Depende de lo que las personas escriben?

No, porque todos los presos saben más o menos lo que pueden escribir, y la familia también. Nosotros contamos cómo está la familia, lo que estamos haciendo. Yo soy una persona que escribe más bien declaraciones de amor, soy romántica. Mi marido escribe más desahogándose sobre lo que está sucediendo ahí dentro, con él, pero siempre cuidando de las palabras que coloca. Yo entiendo más o menos lo que escribe, pero siempre se trata de lo que le pasa allá adentro, como es su día, como está. Sin embargo, él jamás podría colocar en una carta que sufrió una agresión, porque si pone eso, esa carta no sale para el exterior y conlleva represalias.

En tu opinión ¿cuál es la importancia de la articulación del Colectivo de Amigos y Familiares de Personas Presas en Foz do Iguaçu?

Cuando comenzamos fue muy importante, porque nos unimos bastante. Todas las familias que estaban en el grupo del colectivo de familiares, comenzamos a ponernos las pilas y luchar por nuestros derechos. Entonces, conseguimos reuniones donde participó el propio director de la cárcel, para darnos una explicación sobre nuestros reclamos. Después desapareció.

Después intentamos otra reunión con él nuevamente, pero no lo logramos. Sin embargo, el colectivo es muy positivo, al estar conformado por familiares, porque siempre hay alguien que no sabe con qué ropa se puede entrar, con cuál calzado, cuándo es el día de visitas, porque con la información de la penitenciaría sobre estos temas sucede lo mismo que con las cartas, es una única asistente social para lidiar con todo. Entonces, muchas veces ella no puede atender a todas las familias, a todas las demandas que tienen. Somos nosotros los familiares quienes pasamos las directrices correctas del día de la visita, lo que es permitido llevar en las bolsas, lo que no, la ropa para ingresar en el día de visita. Todo es por medio de nosotras que vamos conversando unas con otras, porque siempre hay alguien que busca y encuentra la información y se la transmite al resto, todo eso a través del colectivo.

Nosotras tenemos mucho apoyo ahí. Por ejemplo, en mi celular, hay muchos audios de madres desesperadas porque sus hijos están enfermos. Hubo una señora, Doña Madalena, su hijo está con tuberculosis. Entonces ella siempre está enviándonos mensajes, pidiendo ayuda. Madres que no tienen noticias, y entonces nosotras vamos conversando hasta conseguir saber dónde es que está el hijo. A veces, nosotras mismas enviamos emails para agendar las visitas de señoras que no consiguen hacerlo ellas mismas, y que hace un año no ven a sus familiares.

Todo es por medio de nosotras que vamos conversando unas con otras, porque siempre hay alguien que busca y encuentra la información y se la transmite al resto, todo eso a través del colectivo

Siempre una se acerca a otra y le pide ayuda, entonces les dicen que nos busquen y las agregamos a los grupos, y así se va dando. Tipo, una persona se te acerca a pedir ayuda, y a veces no sabés qué responderle, entonces ya me buscás y pedís que la incluya en el grupo. Nosotras la agregamos y en ese espacio puede sacar sus dudas.

En tu experiencia ¿cómo el encarcelamiento afecta a la persona privada de libertad? ¿Y a los familiares?

Siempre digo que los familiares sufren, hasta más que el preso. Cuando sabés que un familiar está recibiendo golpes, está sin comer, que está en el isola [del portugués isolamento, quiere decir aislamiento], querés hacer algo y no podés, sos imposibilitada de hacer alguna cosa. Y allá adentro también, es bastante complicado.

En los medios se difunde que los presos reciben estudio, trabajo. Los presos no tienen estudio, ni trabajo. Hay algunos cupos, pero son muy pocos para la cantidad de presos. Debería haber más trabajo… Debería haber alguna cosa para resocializar. Como comenté hoy: vas a salir de allá lleno de odio. O sos muy fuerte de mente y te enfocás en lo que querés, en cambiar tu vida, o…

Siempre dicen: “ay, ¿recién salió y ya entró de nuevo? Es que le gustó”. No, no es que le gustó… Si comenzaran a estudiar realmente sobre la prisión, van a ver que muchos son adictos a las drogas, que no deberían estar en la cárcel, sino en clínicas de rehabilitación. Pero ¿en dónde hay eso en Paraná? Les envían a la cárcel. Y en la cárcel, la verdad, jamás vas a dejar las drogas…

Después de salir de la cárcel, tuve una audiencia con el juez, y le dije: “ah, ¿usted quiere saber dónde comencé a fumar mi primer cigarro? En la cárcel. ¿Usted quiere saber dónde jalé mi primera línea de cocaína? En la cárcel. ¿Usted quiere saber dónde fumé marihuana por primera vez? En la cárcel”. Me dijo: “¿Cómo? ¿Cómo entraba?”, y yo le respondí: “Andá preguntale a tus funcionarios”, porque para mí son sus funcionarios. “Preguntá, porque ustedes alegan que es el familiar quien lleva esas cosas, siendo que al familiar lo revisan de arriba a abajo. ¿Quiénes son los que tienen acceso libre?

entrevista con Raissa Melo, periodista, militante del Frente por el Desencarcelamiento de Paraná

¿Cuál es tu relación con la cárcel y el Frente por el Desencarcelamiento?

Yo soy expresidiaria, estuve presa en el 2010 y salí en el 2012 del régimen cerrado para el semiabierto, usando la tobillera electrónica. Me sacaron la tobillera en el 2014. Conocí el Frente por el Desencarcelamiento en el 2019, a través de las redes sociales.

Primero conocí la Agenda por el Desencarcelamiento. Estaba buscando alguna iniciativa en el Paraná y terminé deparándome con el Frente. Conocí a muchos familiares ahí, pero había pocas personas sobrevivientes de la cárcel. Para mí fue bueno conocer el Frente, porque antes de eso estuve un tiempo queriendo olvidarme de todo, ser una nueva Raissa. Solo que no era posible. Queda una marca, quedan lagunas. ¿Cómo es que iba a explicar algunos momentos de mi vida? 

A veces, decía que hice un intercambio, que estaba internada, con depresión… Inventaba excusas de ese estilo. Mentir es muy difícil, porque tenés que acordarte de la mentira, o hacerte el desentendido. Muchas de esas cosas me incomodaban. Creo que es bueno contar también que cursé una facultad particular, la PUC, con la tobillera electrónica. Era un elemento llamativo en la PUC.

¿La gente te miraba mal?

Sí, me miraban mal. Tuve dos profesores que juntaron firmas para no darme clase. Me dolió mucho, ellos se sentían en peligro conmigo. Imaginate: una persona que usaba una tobillera, que, en el primer año en la PUC, volvía para Piraquara y dormía en la cárcel, entraba escoltada y salía escoltada; ¿Cómo una persona así puede ser peligrosa? En esa época, era muy flaquita, andaba achicadita, sin querer llamar la atención, y hasta con depresión, con desánimo, medio que queriendo morirme ahí, por decirte de una forma.

Fue una época muy dura, me sentía muy culpable. Tuve el privilegio de ser una de las contempladas dentro del proyecto de la PUC, pero conocía muchas mujeres que, en mi cabeza, se lo merecían más que yo. Pensaba: “¿será que no estoy ocupando el espacio de alguien más? ¿Será que me merezco esto?”, pero la cárcel es así: “lo cometiste, sos culpable, estás pagando y aún es poco. Tenés que agradecer, porque podría ser peor”... Era muy duro. 

Hoy, me río pensando en ese drama; me sentía culpable hasta por respirar demasiado, por usar demasiado aire del mundo. Y siempre tuve tos antes de la cárcel, pero como adentro tuve tuberculosis, empeoró, entonces habían varias situaciones en las que me sentía tipo: “estoy tosiendo, estoy molestando a las personas, estoy respirando, estoy molestando a las personas”. Por más que fuera su función, pensaba en el guardia de la prisión parado frente a la PUC, esperando a que termine mi clase, y yo complicando la vida del tipo. Realmente me sentía un peso para la sociedad, y en la PUC esa sensación era mayor.

En esa época, sólo conocía dos tipos de testimonios: el testimonio de iglesia —“ay, Dios mío, yo sobreviví y ahora soy un ser de luz, de bien, y creé una ONG”— y el de mucho caos, mucho dolor. Conocía a pocas mujeres sobrevivientes de la cárcel, pero conocía a muchos amigos hombres que hablaban sobre ese dolor, esa rabia hacia el sistema. No estoy diciendo que no sean justos estos testimonios, pero no me identificaba con ninguno de los dos. Y ahí, en el Frente, y con la Agenda, y sus propuestas, me sentí sorprendida: “mi vida podía haber sido mucho mejor… y quiero que ahora lo sea”. Y fui a estudiar seguridad pública.

¿Podés contarme un poco sobre cómo son las relaciones entre las personas que están privadas de libertad? Allá adentro, entre ustedes, porque una cosa que surge en los talleres de literatura con mujeres privadas de libertad es que muchas dicen que las relaciones afectuosas, que no tuvieron a lo largo de sus vidas ni en la infancia, las encuentran ahí; una cuestión de hermandad. Pero también, claro, existen varias disputas, los miedos y enojos. Si me podés contar un poco sobre eso.

¿Sabés que para mí fue muy difícil? Porque vengo de una familia en la que tuve todo eso. Entonces, un primer momento fue de mucha ausencia, algo como: “¿dónde está mi mamá? ¿Dónde está mi abuela? ¿Mis tías? ¿A quién voy a acudir?”. Tenía en mi mente todos los estereotipos posibles de las mujeres en la cárcel, tipo: “dios mío, me van a matar”. Pero fui bien recibida, dentro de lo que se puede, porque llegué encogida, llorando todo la noche y vino una mujer, me miró y me preguntó: “¿cuántos años tenés, mi vida?”, “tengo 19 años”, “¿qué hacés acá?”, “fui condenada (dije llorando)”. Con miedo de decir, porque con todos los estereotipos negativos que hay… mi imaginario de la cárcel venía de las novelas, de películas y de profesores también que me amenazaban: "si te aplazás, vas a terminar en la cárcel”.

Y así, lloré toda la noche, pero vino una señora de 58 años diciéndome que no sabía lo que yo había hecho, pero que las personas que estaban ahí ya habían sido juzgadas. Me dijo: “si llorás todo el día va a ser más difícil, tenés que dormir, porque mañana tampoco será fácil. Entonces se van creando esas relaciones. Y una cosa que me marcó mucho es que yo llegué con 19 años a Piraquara II y las primeras celdas, las primeras convivencias eran con mujeres mucho más grandes que yo, tenían 40, 50 [años]. Fue recién cuando salí por primera vez al patio que vi personas más jóvenes. Pero siempre sentía “Dios mío, me fui por mal camino mucho más temprano que ellas”. Hoy hablo con bastante humor respecto a esto porque tuve mucha atención psicológica, mucho acogimiento. Pero sí, las relaciones también eran difíciles; aunque después se fueron transformando hacia el sentido de compartir nuestros sueños de cuando saliéramos de ahí, compartir las cosas, intercambiar experiencias, porque eran personas con realidades y edades muy diferentes; ellas ya eran madres. Inclusive, pude entender mucho a mi mamá conviviendo con otras madres ¿sabés?, escuchaba mucho “vos tenés la edad de mi hija”. Dios mío, escuché mucho eso “te parecés físicamente a mi hija”.

Porque ellas se apegan, imaginate, seguro que te ven como a su propia hija.

Había una mujer que estaba presa allá hace 20 años y dejó a una hija de 4 años [fuera de la cárcel]. Ella se me acercó, fue una de las conversaciones que más me marcaron, me preguntaba: “¿qué te gustaba hacer?”, y yo le respondía “salía con mi amigas, tomaba en frente de casa”, “¿qué música te gusta?”. Así ella se imaginaba cómo estaba su hija. Sus padres eran de la zona del litoral, su madre fue muy dura, le decía cosas como “no voy a someter a tu criatura a esas visitas, a crecer viendo la cárcel”. Ella nunca más había visto a su hija desde los 4 años. Mariana se llamaba la hija, y me decía: “tiene su cabello enrulado igual a vos, ella era morena como vos”, y agregaba: “mi hija también hablaba con todo el mundo, no se callaba un segundo, igual que vos”. Y fue muy triste, porque poco después de que salí, casi un año después, fui a Paranaguá, busqué a su familia, pero no la encontré. Busqué mucho, porque quería conocer a Mariana y decirle: “mirá, tu mamá pensó en vos todos estos 20 años. Tu mamá trenzaba mi cabello en la cárcel para que yo esté arreglada y linda”. Le quería decir, no sé, que le escriba una carta, o si no tenía ganas de eso, para que sepa de alguna forma que su madre fue madre inclusive en la ausencia de esos 20 años. Pero no encontré a la familia.

En tu experiencia, ¿cómo el encarcelamiento afecta a las personas privadas de libertad, y también a los familiares? En el sentido emocional, económico…

Creo que de todas las maneras… Es un estigma, tanto para la persona encarcelada, como para el familiar…

Con relación al trabajo; yo creía que me iba a quedar trabajando para siempre en el shopping, o en un patio de comidas, y escuchando que inclusive había tenido suerte, porque por lo menos tenía empleo. Es un nivel muy alto de explotación, y encima tenés que agradecer. Eso fue algo pesado para mí.

Hubo una vez también en que las personas de dentro del medio en el que yo estaba sabían lo que había sucedido conmigo. Eran mujeres de un movimiento y estábamos en un bar, organizando el 8 de marzo. Cuando salimos del bar, el auto de una de ellas había desaparecido. Me preguntó si yo sabía alguna cosa. Después, llamó a la policía, hizo la denuncia, pero igual me seguía llamando por teléfono y me preguntaba: “¿tus amigos no saben nada al respecto?”. Y en la facultad, entraron a robar en la casa de un amigo, y él también se pasaba preguntándome dónde será que estarían vendiendo sus cosas. Como si yo supiera, como si yo fuera la reina de la delincuencia…

En mis relaciones amorosas también. Hubo un chico que fue un desastre… Era un mujeriego, se metía con todo el mundo, pero con las otras chicas era más atento. Yo quería que me acompañara hasta la parada del colectivo, y él decía que yo no necesitaba eso. Era como si dijera: “vos ya pasaste por esas cosas, vos no necesitás, vos sos fuerte”. Y no, yo merezco cuidado…

Además de eso, está el fetiche del dolor. Una vez, un tipo me preguntó, con una frialdad: “¿vos fuiste violada en la cárcel?”. No fui, pero ¿si hubiera sido? Él no tuvo ningún cuidado. Tuvo suerte de que no fue una experiencia por la que pasé. Y, principalmente, en el medio académico… Tuve el privilegio de ser una egresada de la prisión que habitaba el espacio académico, pero me volví un objeto de estudio de tal manera que me hacía pensar: “dios mío, creo que ni con los animales hacen esto”.

A partir de tu experiencia, de tu trayectoria, ¿qué creés que se debería cambiar en el sistema penitenciario hoy? 

Creo que, primero: ¿qué lleva a la privación de libertad? Pensar en eso ya va a descomprimir de alguna forma todo el sistema. Hoy se sabe que los presidios están repletos, principalmente, de personas que cometieron delitos contra el patrimonio. Y, cuando se está encarcelado, nunca se trata solo de la persona, sino de toda la familia…

La progresión de régimen también es difícil;  las medidas para la reducción de condena son muy difíciles. Conocí a madres que ingresaron embarazadas, y lo máximo que podían aspirar de reducción era salir cuando sus criaturas ya tuvieran cinco, seis años.

Es necesaria la convivencia entre las personas que están fuera de la cárcel con las que están dentro, más proyectos, y accesibilidad… Para que la gente realmente pueda ver que allá adentro hay personas, y personas muy capaces de contribuir también.

Pensá en el tiempo que las personas están encerradas allá, sin hacer nada, solamente alimentando su dolor. Podrían tener ingresos, porque estas personas, en algún momento, van a volver a la sociedad.

Pensá en el tiempo que las personas están encerradas allá, sin hacer nada, solamente alimentando su dolor. Podrían tener ingresos, porque estas personas, en algún momento, van a volver a la sociedad.

Hay una fábrica de pelotas acá… Las mujeres reciben menos de la mitad del salario mínimo. Es mucha explotación, se trata de personas matándose para que cuando puedan salir tengan la plata para regresar a sus casas. Nadie forja una fortuna en la cárcel.

Y es por eso que ocurren muchos reingresos, porque, sin proyectos, esas personas salen y no poseen posibilidades para el futuro, pasan pocos meses y entran de nuevo ¿verdad?

Así mismo, porque aún en sus casas, dentro de sus rutinas, sus vidas pasan a estar ligadas a aquella institución. Cuando yo salí, hubo una señora que agarró mi mano y me dijo: “ay, yo me di cuenta en estos años que estuviste acá que tenés mamá, pero si alguna cosa te llega a pasar, sabé que tenés otra familia acá, otra casa”. Eso es muy fuerte, no es una cosa linda.

Yo fui muy preparada, principalmente por las personas mayores de allá, para no engañarme, porque, inclusive con el diploma, quien pasó por allá tiende a regresar. Ellas me preparaban: “nosotras ya vimos mujeres que salieron del país y terminaron regresando acá”. Es un miedo que percibo hasta hoy.

Otra cosa es que la comida es muy mala. La comida apesta.

En el estado de Paraná es tercerizado el servicio. Vienen las viandas, no hay tiempo de refrigerarlas, se ponen verdes: el arroz verde de Piraquara. Es un rito de ingreso: las personas aplauden para que tragues ese arroz verde por primera vez.

Y quería decir que hay pequeñas luchas que debemos enfrentar, porque hablaste mucho de educación, de cambios muy grandes, pero… ¡Ay, gente!, hace falta dejar entrar un chocolatito allá dentro. Esos pequeños cambios son importantes.

Yo sé que es difícil, está la cuestión de la seguridad. Pero adentro no hay espejos, vas perdiendo la noción de autoimagen, querés verte.

Las mujeres son infantilizadas: a veces, vienen algunas personas a hacer recorta y pega con nosotras, y no en el sentido de collage, de expresarte. Los propios guardias, las propias personas religiosas a veces creen que se trata de una gran guardería. 

Las familias también podrían tener el cuidado de no juzgar. Es necesario recordar que las mujeres encarceladas son plurales: hay gente de todos los posibles colores, países, regiones. No son objetos de estudio. Recordarles que son humanas, porque allá hacen de todo para que lo olvidemos.


 

Layra Rodrigues | BRASIL |

Graduada en Ciencias Políticas y Sociología, con investigación en el área de relaciones sociales de género, raza y clase y derechos humanos. Actualmente trabaja como Secretaria Escolar.

layrafab@gmail.com

Jhey Rodrigues | BRASIL |

Estudiante de Mediación Cultural - Artes y Letras, en la Unila. Actúa como agitadora cultural en Foz do Iguaçú, desde 2019. Es una de las creadoras del Slam de la Frontera y voluntaria en la biblioteca comunitaria Cidade Nova Informa.

Lucas Duarte | BRASIL |

@desencarcerapr

Márcia Tillmann | BRASIL |

@desencarcerapr

Raissa Melo | BRASIL |

@desencarcerapr

Ediciones Anteriores

Suscríbete nuestra newsletter