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foto: Fernanda Frazão | ilustración: Juliana Barbosa

Daniel de Souza: entre amores y quilombos en la Amazonia negra

Uno de los principales líderes quilombolas en el estado de Pará, Daniel rescata la saga de sus antepasados que poblaron la región de Erepecuru y nos cuenta cómo sus vidas ayudaron a pintar de negro el Amazonas

Raquel Paris

| Brasil |

agosto de 2020

traducido por Ana Rivas

Para contar esta historia hay que remontarse a 200 años atrás, más precisamente a la segunda mitad del siglo XVIII, cuando los primeros hombres, mujeres y niños de origen bantú, procedentes principalmente de Angola y de la actual República Democrática del Congo, fueron llevados a las haciendas ganaderas y de cacao del estado de Pará. En medio de una enorme floresta, ríos tan extensos que no se puede ver la otra orilla, y una vasta población originaria, algunos lograron escapar del cautiverio de esclavos navegando por las aguas corrientes del río Trombetas, un afluente del Amazonas. Aprovechando la defensa de las cascadas, se escondieron en la floresta durante casi 100 años y sólo salieron de allí cuando se firmó la Ley "Áurea". Esta es la historia de uno de sus descendientes.

Hijos e Hijas de Erepecuru

Los que han navegado por el Río Trombetas, situado en el estado de Pará, en el norte de Brasil, saben bien que se puede dividir en dos partes. La primera es sus bravas aguas, difíciles de navegar, hogar de cascadas y de varias comunidades originarias. Era un perfecto escondite para aquellos que, en su momento, huyeron de la esclavitud. La segunda parte está compuesta por aguas mansas y "tierra negra" (denunciando la presencia de antiguos poblados indígenas), hoy salpicada por comunidades quilombolas que se formaron allí a lo largo del siglo XIX. Es un área de disputa entre estas comunidades, las empresas mineras y los organismos federales de preservación del medio ambiente —la Reserva Biológica de Trombetas y el Bosque Nacional de Saracá-Taquera"1Como nos informa Eurípedes Funes, en su artículo “Comunidades Mocambeiras do Trombetas”..

Es en este lugar de disputas donde encontraremos el territorio quilombola de Erepecuru. Está formado por 12 comunidades, entre ellas el quilombo de Jauary, hogar de Daniel de Souza, que ahora tiene 62 años, 30 de ellos dedicados a la lucha de los quilombolas en el estado de Pará. Se puede decir que Daniel fue plantado allí por su bisabuelo Benedito Melo, que huyó de la esclavitud con otras tres familias. Y es por este hecho, ese cambio crucial  en la vida de sus antepasados y que alcanza y define a los vivos, que Daniel comienza su narración:

"Este quilombo ha existido desde finales del siglo XVIII, principios del XIX, cuando los quilombolas huyeron de la esclavitud y se escondieron en las cascadas. Sólo cuatro familias huyeron y estas familias no fueron perseguidas debido a la Cachoeira do Chuvisco, que los salvó. Es una cascada muy alta, en verano tiene 80 metros de altura. Tiene tres cascadas en un solo lugar, un lugar fantástico. Y se escondieron y se quedaron allí. Actualmente están las marcas de nuestro tesoro arqueológico, una cosa muy hermosa. Fueron localizados desde 1901. El quilombo de hoy está debajo de las cascadas, en el río Tame, donde no hay ninguna cascada.  En 1889 ya habían llegado y celebraron el fin de la esclavitud en el refugio de piedra. ¿Te imaginas quedarte 100 años en la floresta?".

Y no estaban solos. El 22 de febrero de 1873, el periódico "Baixo Amazonas", de la ciudad de Santarém, nos relata la constante fuga de esclavos y evidencia el pensamiento esclavista, racista, en vigor en la redacción"2Descripción tomada del artículo “Comunidades Mocambeiras do Trombetas”, de Eurípedes Funes.

A pesar de la gran falta de personal que sufren los agricultores de  la Amazonia, este mal se ha agravado, con  la enorme emigración a  los seringales de la Alta Amazonía, y aún más , tenemos que lamentar las continuas fugas de esclavos que diariamente, abandonan a sus amos para refugiarse en los quilombos de Trombetas, en Óbidos, y Curuá, en Alenquer. El creciente número de esclavos que se cuentan en estos dos “mocambos” es, según buenos cálculos, más de mil. No hemos encontrado otra  forma de extinguir los quilombos, ya que los medios empleados por el gobierno en sus expediciones para combatir  los “mocambeiros” han sido infructuosos. 

Estas "expediciones para combatir  a los mocambeiros" fue el lema de la primera conversación que Daniel tuvo con su abuelo, Ricardo Melo, sobre los tiempos de la esclavitud. En ese momento, tenía once años y nunca había oído hablar de tal cosa: "No recuerdo el día, era un sábado, si mal no recuerdo, enero de 1969.  ¡Estaba cazando con mi abuelo, la primera vez que le escuché hablar de la esclavitud! Yo estaba muy conmovido, pero él estaba mucho más que yo", recuerda.

"Somos grandes vencedores. Nuestros antepasados huyeron de la esclavitud y resistieron"

Daniel cuenta que, durante una cacería, su abuelo olvidó el machete en la floresta. Cuando llegaron a casa, durante la época de las castañas, Ricardo recuerda el machete  y esto lo remete a la esclavitud: “Recuerdo la esclavitud. Cuando nuestros abuelos huyeron perdieron cosas y cuando las perdían no regresaban a buscarlas. "Iban a la floresta para esconderse más lejos y no volvían a buscar lo que habían olvidado", contó Ricardo.  Luego, el abuelo les pedía que lo mantuvieran en secreto y la conversación sólo se repetiría décadas más tarde.

Esa no era la única estrategia para evitar a los capatazes y continuar huyendo. Para asegurarse de que no hubiera vuelta atrás, los antepasados de Daniel construyeron estratégicamente el quilombo en un territorio elevado, y se mantenían alerta para poner en marcha sus planes de escape cuando surgiera una amenaza.

" Ellos trajeron de África el poder de curar, el poder de ver cosas invisibles, de saber lo que podría pasar. Fueron entrenados de esta manera: William, el hermano de mi bisabuelo, fue entrenado para remar mucho, para que cuando alguien se aproximara para perseguirlos, ellos pudieran salir rápido. Los lugares estaban en puntos estratégicos para ver a distancia. Había una persona que remaba mucho; había otra persona que oía mucho desde lejos,  podía advertir si alguien venía; otra que olía, tenía muy buen olfato, estaba muy bien entrenada para oler el fuego. Así se pasaron ese entrenamiento entre ellos. No trabajaban mucho, investigaban más bien quién podía perseguirlos para esclavizarlos nuevamente, eso fue lo que ocurrió al principio", explica. 

"En ese tiempo los negros permanecieron casi cien años en la floresta. ¿Cómo eran curados? Aprendieron de los indios"

Pero no fueron sólo las habilidades aprendidas en el entrenamiento de quilombos y los aprendizajes que trajeron de sus vidas previas a la esclavitud lo que mantuvieron a estas personas a salvo. A lo largo de la historia colonial vemos que se repite una clave importante: la alianza entre los pueblos originarios provenientes de Abya Yala (hoy América) y los pueblos traídos forzosamente del continente africano. La capacidad de reconocer las plantas curativas fue una de las muchas habilidades compartidas. Como señores del territorio, los pueblos originales ofrecían el mapa de los ríos, arroyos, cascadas y rutas seguras a través de la floresta. Estos encuentros no siempre fueron fáciles y algunos no fueron amistosos, sin embargo, esta alianza fue determinante para el éxito de las fugas y más aún para la permanencia y longevidad de los quilombos.

Illustration: Juliana Barbosa

Principios y educación quilombolas

La marca de la esclavitud se extendió por varias generaciones y alcanzó la infancia de Daniel. Era costumbre entre los niños, cuando oían sonidos de motores, esconderse en la floresta, o sus madres alegaban la llegada de extraños para interrumpir los juegos. Pero, según él, nada de esto fue más fuerte que la alegría de haber nacido en un quilombo. Una felicidad permanentemente marcada por la abundancia de la caza, la comida y el afecto. Esta autosuficiencia permitió, por ejemplo, que Daniel pasara diez años sin ir a la ciudad de Oriximiná.  

"¡Qué hermosa era la vida en el quilombo! ¡La unión, el amor, la solidaridad realmente funcionó! El respeto por los ancianos, pidiendo la bendición de los ancianos. Ser un quilombola no es sólo decir, tienes que demostrarlo a través de los principios". Y para Daniel, la educación crea las condiciones para mantener los principios de su pueblo, pero advierte: ¡no es cualquier educación! Él hace hincapié en una educación "que viene de casa" que enseñe el amor, la solidaridad, el respeto a la naturaleza y el orgullo por su historia.

"La historia que nos contaron los libros en aquella época  es una historia totalmente diferente. Hoy estamos reconstruyendo una nueva historia, llevándola a las escuelas, para que la gente pueda entender nuestra verdadera historia. Cómo fue, por qué huimos, por qué nos escondimos. A nadie le gusta ser un esclavo".

Continúa enfatizando otro aspecto de la educación: la construcción de la memoria social de su pueblo. Los distintos recuerdos que comienzan antes de la esclavitud constituyen un conjunto de información que conecta el pasado y el presente de su comunidad. Refuerzan y amplían la identidad y los lazos de pertenencia con ellos mismos, con los demás y con el territorio. La memoria quilombola, por lo tanto,  pertenece a todos y a nadie. Los más jóvenes aprenden de sus mayores, por lo que estos recuerdos son constantemente revividos y retroalimentados: "Mi abuelo, por ejemplo, fue mi maestro; mi tía, que murió a los 92 años; mi madre, que tiene 83 años, tiene mucha historia que contarnos y sólo es historia verdadera".

"El quilombo, para nosotros, en el pasado y en la actualidad, es una escuela"

La historia "verdadera" y la historia "contada" son binomios que aparecen de forma recurrente en su discurso. Daniel constantemente enfatiza la diferencia entre la historia real — contada por sus antepasados y la historia "contada" — que se encuentra en los libros oficiales. Para él, que no fue a la escuela y tuvo a su madre como maestra, emplear estas categorías legitima su narración ante su grupo y otros visitantes que aparecen en el territorio. "En aquella época, nuestra historia fue contada de una manera muy triste, que nos trataba como si no fuéramos humanos. Recuerdo que cuando empecé a estudiar, en 1969, el libro que se llamaba "Infância Brasileira" (Infancia Brasileña), leí ese libro. Gente negra trabajando como esclavos y eso se decía normalmente, ¿sabes? Para ellos era una cosa súper simple y hoy estamos reconstruyendo una nueva historia. Esto es muy importante en este contexto político actual de Brasil  por eso hemos estado contando nuestra verdadera historia", señala.  

El paso del tiempo ha traído muchas complejidades para el mantenimiento de la educación quilombola y sus principios. Para él, los elementos aportados por la contemporaneidad deben ser considerados pero "sin olvidar ese hermoso pasado que tuvimos de unión y amor", declara Daniel. Después de todo, fue a través del fortalecimiento de la colectividad que conquistaron la organización política del territorio. 

Preservación de la floresta y auto-organización: una herencia quilombola

Hoy en día, la autoorganización del quilombo de Erepecuru se lleva a cabo a través de la asociación de residentes que reúne a uno o dos representantes de cada una de las 12 comunidades del territorio quilombola de Erepecuru. Y los desafíos son muchos: madereros, garimpos ilegales, proyectos hidroeléctricos del gobierno, gestión de la floresta sin consultar a los pueblos quilombolas. Sin embargo, la resistencia y la movilización forman parte de la historia de los quilombolas de Erepecuru y tienen como fruto más reciente la titulación colectiva de sus tierras, una de las primeras del Brasil en este modelo.

"Una forma de unir más a la gente es a través de la asociación. Lo más importante para nosotros es organizarnos para la autonomía de las comunidades y no permanecer en esta dependencia. Tenemos un colectivo de Internet, eso es algo importante, es un colectivo que nuestra comunidad posee y es la  única que lo tiene".

Otro aspecto determinante de la organización sociopolítica del quilombo de Jauary es la preservación de la floresta. Para ello, los antepasados de Daniel desarrollaron una ingeniosa estrategia que aún hoy es perpetuada por sus descendientes: el bautismo de los castaños con los nombres de sus antepasados. "Hay un racimo [de castaños] que lleva el nombre de mi padre, Francisco Melo; hay Lauterius, que fue mi tatarabuelo; está el castaño de mi abuelo, que se llamaba Ricardo Melo; está el de mi bisabuela que se llamaba Senhorinha, que también lleva su nombre, el primo de mi tío, un castaño que lleva su nombre, el tío Modesto. Así que hay varias cosas que existieron en el pasado para mantener esta memoria social para nosotros".

La preservación de la floresta va acompañada de algunas lecciones indispensables de autoorganización, como hacer la plantación "al límite del consumo", demostrando la sofisticada ecuación entre la seguridad alimentaria y la protección de la floresta, que los quilombolas desarrollaron: "En aquella época sólo trabajábamos en el colectivo, haciendo "Pixirum" (campaña), como lo llamábamos, y el trabajo siempre se dividía con las plantaciones más próximas. La unión de los ancianos era muy fuerte", describe.

Debido a que sabía leer, escribir y tener una amplia actuación política, Daniel es uno de los principales líderes del territorio. Se pueden encontrar varios artículos, imágenes y vídeos que dan una idea de su importancia en la lucha por los derechos de los pueblos quilombolas del Amazonas. Una maravillosa trayectoria que pronto se transformará en un libro.

"Ser quilombola no es sólo decir que eres un quilombola, luego te gradúas en la universidad y olvidas todo, especialmente los principios que son el respeto, la colectividad, el amor, la solidaridad. Este es el principio del quilombola que nunca debe ser olvidado, aunque sólo funcione dentro del territorio, pero es super importante para que hoy en día mantengamos nuestra identidad.  Esto es algo de la identidad quilombola: mantener los principios de respeto".


 

Raquel Paris | Brasil |

Periodista y Coordinadora de comunicación de la UNIperiferias

raquel.paris@imja.org.br

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