Desde la ciudad perdida de Hurtlantis hasta las calles de Helldorado (O, Franco)
Rémy Ngamije
| Namibia |
agosto de 2020
traducido por Ana Rivas
Sé que Franco está jodido porque todavía se refiere a su ex como su novia, por accidente generalmente, cuando su estado de ánimo está más alegre. Se le escapa, como un pedo ruidoso, y no importa cuánto apriete después de eso, ya es demasiado tarde. Las cosas nunca son iguales después de que alguien te escucha tirandote un pedo.
A veces, es mejor cuando elucubra sobre cómo ella era buena y cómo él debería haberlo hecho mejor. Significa que el tipo se centra en el tema. Claro, es arrepentimiento, pero al menos se centra en el objeto de su dolor. Cuando se calla, me preocupo. Es cuando un tipo es capaz de hacer algo que lo pone en la página tres del periódico. Algunos de los chicos piensan que lo está haciendo bien porque se aparece en las fiestas, pero sé que está en problemas. Un veterano conoce a otro veterano. La forma en que su mirada se congela en la mitad de la conversación cuando estamos en los bares significa que tengo que llevarlo a casa rápido. Es en el silencio, cuando sus ojos se oscurecen, cuando tarda en responder. Es cuando un tipo está luchando con el timón, susceptible de ser azotado por la tormenta, se despierta en las costas de la Ciudad Perdida de Hurtlantis —demonios, demencia, desesperación y todo eso.
Todavía está hecho polvo por ella. Ella está en todo lo que hace. La forma en que pierde un simple pase en la cancha significa que el tipo está pensando en que Carmen está en las tribunas, viendo su cara donde no está. Cuando nuestro equipo pierde una, suspira y trota hacia la línea de banda, para ver quién es el siguiente. Este es el mismo Franco que solía ir de un lado al otro de la cancha sin ser tocado cuando estaba en la zona, agarrando tobillos, deslizando a los defensores, moviéndose por todos los rincones de la cancha. Ahora es una carga. Podía entrar en un partido de los Cavaliers y sentirse como en casa.
Durante los primeros tres meses todo el equipo estaba en alerta suicida. Yo, Lindo, Rinzlo y Cicerón, los cuidadores. Hacíamos turnos en su casa para garantizar que comiera y se bañara. Llamábamos a su trabajo para asegurarnos de que se presentaba. Los fines de semana lo llevábamos al gimnasio, al parque de carreras de karts cuando estaba abierto, a parques para hacer una parrillada, a los miradores, lo suficientemente altos como para que la expansión de las luces de la ciudad de Windhoek parecieran bastante impresionantes. Incluso fuimos a la fiesta mensual de salsa en la Avenida Independencia. Hicimos cosas que nunca hubiéramos hecho solos con la esperanza de que le levantara un poco el ánimo. Brindarle compañía, o alguna mierda así. Nada parecía funcionar. Seis meses después el corazón del tipo seguía tambaleándose, borracho por el amor perdido. Ojalá que Carmen haya tenido la decencia de dejarlo para siempre cuando finalmente decidió irse.
Sin embargo, hoy tuve esperanza.
Franco participó en una carrera de veinte kilómetros. Cuando me llamó para decirme que estaba en la línea de salida no podía creerlo. Carmen había estado tratando de correr el Maratón de los Dos Océanos en Ciudad del Cabo con él durante años. La respuesta de Franco siempre fue:«¿De qué estamos huyendo? ».
Así que hoy, en medio de la locura mañanera, atravesé la ciudad para ver a mi chico atravesar la línea de meta. Estaba desmoronándose todo el tiempo, el cuerpo brillante como el de un esclavo sudoroso, el pecho sonaba como si estuviera inhalando un paquete de hojillas de afeitar. Pero siguió adelante. No hay combustible de alto octanaje como un corazón partido para hacer que un hombre haga lo imposible. Lo golpeé en la espalda. Detrás de él, los oficiales empezaron a quitar las señalizaciones de la ruta.
—¡Bien hecho, Franco! Ese es mi amigo.
—Gracias, tío.
—Esta mierda es una locura. Ni siquiera te has entrenado, hombre.
—Me apetecía. —Me miró de reojo y luego miró hacia otro lado—. Sentí que era algo que debía hacer, ¿sabes?
—Nah, brother, no lo sé. Si corro tres kilómetros en cualquier dirección será mejor que haya un tren que me regrese a casa.
—Dijimos que haríamos una de estas cosas juntos.
—¿Quiénes son nosotros?
—Yo y C...
El tipo necesitaba un momento para reponerse. Ambos fingimos que era su cuerpo el que sufría la falta de oxígeno. Fui a buscarle un poco de agua.
Esa tarde, fue y se hizo un nuevo corte de cabello. Nada básico, fue y se hizo un corte raspado en las laterales como sólo los barberos de África Central y Occidental pueden hacerlo, aquellos que están en la ciudad cerca de la parada de taxis de Ellerines, donde tocan a todo volumen la música de Wizkid y Patoranking en la acera. Tal vez el tipo se estaba recuperando. No hay un tiempo finito para la recuperación. Algunos tipos tardan más que otros. Algunos nunca se curan, otros dominan la mierda y deambulan por la vida como alcohólicos funcionales, de corazón partido, doliendo que jode. Pero siguen yendo al trabajo, siguen saliendo, incluso se casan, tienen hijos. Supongo que si hay un armario el tipo siempre va a encontrar espacio para otro esqueleto.
Después del corte de cabello, esperaba que el cambio de estilo de Franco fuese radical. El siguiente paso en todo esto sería que cambiara su vestuario, dejando sus jeans holgados por algo más nuevo y ajustado, zapatos de goma o tenis nuevos, ropa nueva, colonia nueva, nuevo aire arrogante, nuevos culos multiplicados por 8, estos son los doce pasos de un hombre.
«¿Cómo lo sé?».
«Soy el Sabio de los seis pasos de un hombre».
Lindo, Rinzlo, Cicerón, Franco y yo, amigos desde la adolescencia, recorrimos juntos el primer sendero. Se llamaba insensatez. En la escuela secundaria todo lo que hacíamos era meternos en peleas, en la cancha de baloncesto, en el campo de fútbol, en el estacionamiento del centro comercial. Éramos el tipo de chicos de la periferia de la ciudad grande, Windhoek, ansiosos por representar a nuestro barrio como habíamos visto hacerlo a los chicos americanos. No teníamos 21st and Lewis o nombres de calles con estilo como ese. Sólo calles con nombres de científicos y compositores muertos. Así que intentábamos hacernos un nombre antes de tener que ir a casa y hacer los deberes de química.
Cuando crecimos había otros senderos: ira, dolor, lujuria, soledad y redención. Yo los recorrí todos.
Una vez, cuando me encontraba atrapado en el sendero de la aflicción, dejé a mi novia dormida en la cama y me escabullí hasta el vestíbulo para telefonar a Franco. Le dije que sólo quería hablar. Me dijo: «Claro, amigo. Podemos hablar».
Hablé un poco sobre mi madre. De cómo cuando falleció me di cuenta de que Dios era un gerente de nivel medio en el mejor de los casos y simplemente cruel en el peor de los casos. Y de cómo sentí que la estaba defraudando con pequeñas cosas que yo hacía o no hacía. Mi voz se quebró y sostuve el teléfono lejos de mi boca para que no pudiera escuchar los sollozos. Cuando puse el teléfono de nuevo en mi oído, dijo: «Todo está bien, hombre. Si alguien va a superar esto, eres tú».
Lo logré. Sólo fue necesario hacer un poco de terapia y otras mierdas.
Mirando a Franco con su nuevo corte de pelo, su apariencia de chico guapo sin esfuerzo, el puchero de sus labios y sus silencios pensativos que hacían que las chicas se volvieran locas, pensé en hablarle de la terapia. Decidí no hacerlo. Si hay otra cosa que sé es que los chicos no encaran, ellos salen del juego. Cada chico tiene que seguir su propio sendero.
Ese era yo entonces.
Ahora es Franco.
Nos dimos la mano y nos chocamos los hombros.
—Que fino el corte, Franco —dije. (La máquina de cumplidos ha estado trabajando horas extras durante seis meses).
—Sentí que era el momento.
Ya era la maldita hora.
Entonces todos fuimos a comer pizza a Debonair's, y nuestro otro amigo, el imbécil, Lineker, el que nunca sabía cuándo cerrar la boca, dijo que los rumores estaban corriendo y que se decía en la calle que la ex enamorada de Franco estaba saliendo con otro chico. Los otros cuidadores y yo hicimos un gesto de dolor y miramos a Lineker, esperando que el Belial, príncipe del infierno, le quemara las pelotas a Lineker para siempre. Lineker ni siquiera hizo su maldito turno como cuidador, pero aquí estaba haciendo recaer al tipo. Franco se congeló en la caja registradora, con los ojos empañados. Se agachó rápidamente y fue hasta el baño. Pedí un hawaiano para él.
—Lin, eres un maldito idiota — siseó Rinzlo.
—¿Qué? —Lineker se encogió de hombros—. Pensé que eso ayudaría al tío a seguir adelante hermano, ya que ella también continuó con su vida.
—No funciona así, Lin —dije. Me pellizque el tabique de la nariz de la manera universal que hacen los Sabios, con el dedo meñique para que otros sepan que estás cansado de su mierda. —No digas nada cuando vuelva.
—¿Lo sabían?
—Por supuesto que lo sabíamos, Lin. —Cicerón sacudió la cabeza—. Él fue el único que se enteró de que Carmen estaba saliendo con otro. Se había metido en el grupo del chat y dijo que teníamos que estar listos para una situación de emergencia. —Pero no necesitábamos hacérselo saber al tipo. Joder, tío.
—La información es el peor enemigo de un hombre. —Rinzlo se apoyó casualmente en el mostrador. — Enchava todo.
Cuando Franco regresó al salón, las largas pestañas del chico parecían patas de araña mojadas después de la lluvia. sin embargo, se plantó sacando el pecho. El falso acero de su voz hizo que mis vías respiratorias se tensaran con lástima, como si estuviera viendo al Gigante de Hierro volar para encontrarse con la inevitabilidad de nuevo.
—¿Quién es? —Franco tembló mientras lo decía.
Los otros cuidadores se enrollaron con los detalles del menú.
—Oye Franco, no creo que eso ayude, hombre. Traté de evitar que lo hiciera. Los chicos tienen una obscena fascinación por la verdad, especialmente cuando les hace daño.
—¿Quién es? —Se volvió hacia Lineker.
—Bronwyn.
Hice una nota para no volver a salir con Lineker nunca más, aunque me he estado haciendo la misma pregunta.
Sí, todos sabíamos que Carmen tenía un nuevo novio, pero no sabíamos quién era. Había estado deseando saber su nombre. Los buitres nunca pueden resistirse a un cadáver. Pero, también, joder, Lineker.
—Franco, lo siento, amigo. Puse un brazo en su hombro. Cicerón y Lindo trataron de entablar una acalorada discusión sobre los toppings, el tocino contra el jamón. Franco no se movió. Estaba decidido a realizar un harakiri emocional.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó.
—Tal vez tres semanas —dijo Lineker. —Ignorando las miradas mortíferas que todos le estábamos dando. Se encogió de hombros.
—Tal vez más tiempo. No lo sé. Acabo de enterarme hoy.
El rostro de Franco se convirtió en una imagen satelital de África por la noche. Las luces eran pocas y lejanas entre los espacios de su ser. El resto estaba lleno de oscuridad.
El tipo estaba de vuelta en el vacío.
Los otros cuidadores y Lineker aspiraron su pizza y se largaron del ring, pagando sus cuentas, desapareciendo como genios después de un tercer deseo.
Me dejaron con mi amigo Franco.
En su casa estaba etéreamente tranquilo. Me arrepentí de no haber puesto su casa a prueba de suicidio. Siendo realista, pensé, «¿cuánto daño podría hacer una espátula? ¿Podría ahogarse tragándose un borrador entero?».
Fue a la cocina y se sirvió una cerveza. Herví agua para el té. Lo hice negro, sin azúcar, sin leche, un nuevo hábito para mí. Bebió su cerveza lentamente. Soplé el té y traté de mantener la conversación ligera hablando de lo absurda que era la recesión, de cómo la gente estaba siendo despedida por todas partes. Le conté cómo Angie estaba promocionando los códigos de los jeans de cintura alta en Instagram para obtener dinero extra, cómo Lindo estaba pensando en trabajar medio tiempo como entrenador físico. Le hablé del turbio plan de inversiones de Rinzlo que tenía una extraña forma de pirámide. Todo el mundo intentaba hacer tres, cuatro, cinco trabajos extras sólo para sobrevivir. Le dije que quizá tuviera que venderle crack a los padres de mis alumnos porque, Dios mío, no sabía cómo se las arreglaban con su propia prole. Me di cuenta de que Franco no había dicho nada en todo el tiempo. Su ceño estaba fruncido.
—¿Bronwyn? ¿En serio?
Los hombres son así. Espíritu suicida. Ven un barranco y se quieren lanzar de cabeza.
—Sí, yo también estoy bastante sorprendido.
Lo estaba y no lo estaba.
Bronwyn es un tipo con el que jugamos baloncesto algunos domingos, cuando los mejores momentos de la NBA nos ponían a vibrar. Siempre era el último a ser escogido. Incluso ahora, cuando me imagino las mejores jugadas de Bronwyn, no lo veo haciendo un drible exitoso o un lanzamiento indefendible, a fade away jumper. Incluso bajo el aro, sin nadie alrededor, el tipo podría perder la bola mientras intentaba hacer una bandeja tocando el tablero. Miré a Franco. Me di cuenta de que lo único que estaba haciendo era imaginarse a Bronwyn con Carmen.
Una de las cosas en las que a un tipo no le gusta pensar es en su chica con otro tipo. Nunca son los pensamientos sexuales los que lo envían al Triángulo de las Bermudas del desamor. Son el millón de pequeñas cosas que solían hacer juntos o las cosas que nunca hizo con ella las que vienen a la mente inmediatamente. Como la vez que la gripe la tenía moqueando a chorros y todo lo que ella quería era que le trajeran una sopa pero el tipo mintió y dijo que tenía mucho trabajo así que no podía... Algún otro tío va a cuidarla muy bien. O aquella vez que un amigo de ella necesitó ayuda para mudarse pero el tipo estaba demasiado ocupado viendo a John Wick por la decimoctava vez? Si, alguien va a dar un triple salto en esa oportunidad.
Cuando mi novia me dejó, sólo pensaba en otro tipo acurrucándose en la cama con ella, sujetando su mano bajo las sábanas como yo solía hacer. Ella me llamaba cucharilla de té Teaspoon. Le dije que era un nombre tonto. Y cuando se fue, quise borrar la palabra del diccionario. Sólo podía haber una cucharilla y era yo.
—Amigo, lo siento, Franco.
—No es tu culpa, hombre.
—Sí, pero aún así es una mierda, hermano.
Tengo razón, y él también.
Es un asco. No es mi culpa, pero definitivamente es de Franco.
Carmen pilló a Franco engañandola con su prima, y aunque no he conseguido persuadirle para que me cuente toda la historia, estoy seguro de que había otras chicas. Pero, maldita sea, su prima. Esa es la clase de cagada que hace que las mujeres de Windhoek estén amargadas durante años. Y los tipos de Helldorado son basura. Ahí es donde vive Franco ahora. Las mujeres estarían mejor si encontraran tipos de barrios estables e institucionales como Avis o Klein Windhoek o Eros. ¿Pero el trópico pegajoso y húmedo lleno de amantes que hacen llover lágrimas e inseguridad de manera consistente como un reloj? Las mujeres necesitan dejarlos en paz de una puta vez.
Franco, mi amigo, fue pillado. Mintió sobre ello. Entonces Carmen llamó a su prima que se encontraba en la habitación de al lado y el tipo tuvo que frenar las disculpas muy rápidamente.
¡Skrrr! ¡Skrrr!
Ella lo dejó. Era lo correcto.
Pero, Señor, nunca he visto a nadie disculparse como Franco. Fue a su casa, con el pecho abierto, ofreciéndole todo lo que ella deseara. Fue a su trabajo y la avergonzó, llorando como un hijo de puta. Fue a su iglesia. Cantó más fuerte que la tía más fiel del coro, desafinado. Pero el tipo cantó. Incluso se presentó en la casa de su madre, tratando de disculparse, pero la madre no aceptó. Le dijo a Franco que era entre él y su hija. Entonces procedió a hacer una mierda de gángster: rompió los Siete «Mandamientos» de la Maternidad, convocó a su hija a la acera y les dijo que tenían que hablarlo como adultos y que no volvieran a la casa a menos que hubieran arreglado su desastre.
Carmen me había llamado para que fuera a buscar a Franco antes de escuchar a su madre hacer un hechizo de unión amorosa con la sangre de gallina y lagartija y meterselo por el culo.
—Espera —dijo de repente. —Te llamaré en un minuto.
No lo hizo. Estaba preocupado.
Salí a buscar a mi amigo.
Pero cuando llegué allí la guerra ya había terminado. Allí estaban en la acera de manos dadas como si no fueran el himno de la juventud condenada.
Franco nunca me dijo lo que le dijo a ella pero deben haber sido las Palabras mismas de la Creación porque Carmen lo perdonó.
Eso es lo que los misioneros acertaron cuando llegaron. Se las arreglaron para estampar el perdón automático en el alma de cada uno. Perdonar y olvidar. Ese era el plan maestro. Primero darles a Jesús y el Sagrado Poder del Perdón y poner el Miedo a la Condenación Eterna en ellos. Luego tomar la tierra. Y asegúrate de que el gen del perdón se transmita de un padre pobre a un hijo mendigo, de una madre desposeída a una hija desesperanzada, para que en trescientos años sus hijos no puedan volver a reclamar su mierda.
El perdón corre profundamente entre las chicas del sur del Trópico de Capricornio. No tienen opciones en sus polvorientos pueblos del desierto. La gasolinera sirve como centro comercial, restaurante de citas nocturnas y centro comunitario, todo en uno. No muy lejos hay una iglesia donde predican sobre poner la otra mejilla. Mezcla el aburrimiento, calor que achicharra el cerebro, ver a su madre servir generosas porciones de perdón de la «olla de matrimonio fallido», el gran J. C. y una niña va a crecer lista para excusar cualquier transgresión en su contra.
Carmen venía de uno de esos pueblos de latitud desconocida donde la violación era algo recreativo y la adicción era una vocación, uno de esos lugares con nombres que terminan en—fontein o —kraal o —dorp. Ella sabía todos los nombres de las ovejas. Podía abrir una botella de cerveza con sólo mirarla. La buena chica siempre iba a concederle a un lindo chico de ciudad como Franco la amnistía como la que el arzobispo Desmond Tutu concedió.
Ni siquiera lo hizo pasar por el tipo de purgatorio público que las chicas blancas hacen pasar a un chico, haciéndole saber que la ha cagado, invitándole a cenar con toda su familia que también le hacen saber que saben que la ha cagado. Esta es una «forma discreta» de hacerle saber a un tipo que la abuela de su novia lo desprecia. Así es como sabes que las chicas blancas toman en serio lo de salir con un chico negro, lo aceptan de vuelta. Cuando una chica blanca se rinde, sabes que sólo estaba pasando por una fase porque salir con chicos negros es un estilo de vida.
Ni siquiera una semana después de que Carmen lo salvara del Lago de Azufre y de tener su hígado comido eternamente como Prometeus, Franco estaba de vuelta con la prima. Así es, estamos hablando de este tipo...
Hombres, amigo. Hombres.
La segunda vez, Carmen no lo estaba disfrutando. Por eso mi amigo ha estado triste por tanto tiempo. Se suponía que esa mierda era automática. Así como dice el Padre Nuestro: «Como perdonamos a los que nos ofenden».
Según su estimación, a Franco le quedaban al menos diez fichas de perdón más. Pero Carmen se fue para siempre.
Ella eligió su salud mental. Y, aparentemente, eligió a Bronwyn.
Sí, ella fue por un chico de su círculo social, pero eso es sólo parte del juego en el Cero-Seis-Uno (061), ya saben, esa parte de la ciudad. Romperás con una chica y luego tu prima la llevará a una boda. Los chicos cambiarán de barberos pero tendrán la decencia suficiente para encontrar a alguien nuevo al otro lado de la ciudad. Pero, al tratarse de chicas, si rompen con una chica empezarán a seducir a su mejor amiga al día siguiente.
Siendo el karma lo que es, Franco debería haberlo sabido.
Hicimos nuestra parte para ayudar al tipo a recuperarse. Le buscamos compañía que pudiera cuidarlo hasta que se recuperara. Cicero le presentó a una colega que dijo que no buscaba nada serio. Lindo tenía una amiga tímida que siempre había estado enamorada de Franco. Llamé a esa mujer que sentía algo por mí, pero la cosa nunca funcionó entre nosotros. En nuestra cita Rinzlo apareció con Franco y yo astutamente se la entregué para que él corriera a la « zona de anotación».
Les dije que no se involucraran sentimentalmente. Les dije que mi amigo estaba pasando por una ruptura. No importa el acuerdo, no importa la extensión de las cláusulas contractuales, no importa cuán roto esté un hombre, las mujeres de Windhoek sacarán su pegamento de porcelana y sus gafas de joyero y tratarán de volver a arreglar a un hombre. Todos los «caballos del rey y todos los hombres del rey» se quedan cortos al lado de las mujeres de Namibia cuando se trata de salvar a los hombres.
Es una tontería que las mujeres piensen que salir con un hombre que acabó de romper una relación puede terminar bien. Tal vez piensan que es como ocupar el lugar calientito que dejó otra persona en una cama frígida, la mitad del trabajo ya está hecho. Eso es lo que dice Angie: « Al menos sabes que el tipo tiene sentimientos».
Los chicos que han terminado una relación recientemente, deberían ser tratados como Chernobyl. Después de que el mal haya expirado para siempre, estará bien establecerse allí de nuevo. Pero no, Franco estaba aullando a la luna llena con esa pena de hombre sin rumbo y las mujeres lo encontraban lindo.
Por lo menos Franco debería haber dejado que algunas mujeres recogieran sus pedazos en una palita de basura, para asegurarse de que el daño estaba bajo control. Pero, no, el tipo no estaba interesado. Sólo quería acostarse en la cama con las cortinas cerradas, dejando que su barba, que no se conectaba, se volviera cada día más desaliñada mientras yo lidiaba con todas las mujeres enojadas que me culpaban de su dolor.
Hice mi parte por Franco. Aconsejé, animé, calmé, incluso traté de pasarle la factura de la culpa a su ex.
Por supuesto que no fue mi culpa.
Pero definitivamente fue de Franco.
—¿Crees que va en serio lo de Bronwyn?
—No lo sé, Franco. No lo sé, hermano.
Bronwyn no era un mal tipo, en realidad. Era pésimo con el balón, no podía decir nada chistoso ni dentro ni fuera de la cancha, pero era un tipo tranquilo, relax. Nunca le oí decir una mala palabra a nadie o sobre alguien. Nunca oí su nombre en las calles. No era un novato, pero tal vez eso es lo que Carmen necesitaba. Después de todo, si quieres salir con un All-Star, debes también saber lidiar con el fin de semana de una estrella.
Franco se acurrucó en el sofá. Yo me senté en un taburete y hojeé los periódicos del día que estaban en su mesa del café.
—¿Tan malo fui?
En momentos como estos un tipo Sabio tiene que ser un linterna para aquellos perdidos en su propia y traicionera oscuridad.
—Franco —dije, eres mi amigo, hombre.
Se relajó.
—Pero tú eras el peor de los casos.
—¡Hombre, jódete!
Me quedé tranquilo.
—La brújula de tu ira tiene el norte equivocado —le dije.
—Que te jodas tú y tu mierda de sabiduría, tío. Nadie necesita tu palabrería.
—Lo necesitas más que la mayoría, Franco. Pero, escucha, yo no soy Morfeo y tú no eres el Elegido. No puedo protegerte por siempre. Necesitas corregir o cambiar, amigo mío, y yo sólo puedo ayudarte con una de esas.
Suspiró.
—Lo lograste — dijo después de un rato.
—¿Qué?
—Tu ruptura.
—¿Lo hice?
Nos miramos el uno al otro durante mucho tiempo.
—¿Sabes qué?
—¿Qué, Franco?
—En el fondo creo que todavía le gusto.
Miré fijamente la página de deportes.
—¿No lo crees? —Me estaba mirando.
—No lo sé, Franco. Creo que deberías concentrarte en ti mismo por un tiempo, ¿sabes? Ella está con Bronwyn ahora. Eso es una señal de algo. No sé exactamente de qué, pero es una señal.
—Sí, pero eso pasará.
Franco se inclinó hacia adelante, con los codos sobre las rodillas, la barbilla apoyada en los puños.
—Volverá.
Entonces mi amigo Franco empezó a llorar.
—Oh, Franco.
publicado por American Chordata, Junio de 2019.
Rémy Ngamije | Namibia |
Rémy Ngamije es un escritor y fotógrafo namibio nacido en Rwanda. Su novela debut "La eterna audiencia de uno" será publicada por Scout Press (S&S). Es el cofundador y editor en jefe de Doek!, la primera revista literaria de Namibia. Su trabajo ha aparecido en Litro Magazine, AFREADA, The Johannesburg Review of Books, Brainwavez, The Amistad, The Kalahari Review, American Chordata, Doek!, Azure, Sultan's Seal, Santa Ana River Review, Columbia Journal, New Contrast, Necessary Fiction, Silver Pinion, y Lolwe. Fue preseleccionado para el premio AKO Caine de escritura africana en 2020. También fue seleccionado para el Premio Afritondo de Cuentos del 2020. En 2019 fue preseleccionado para la mejor ficción original por Stack Magazines. Más de sus escritos pueden ser leídos en su sitio web: