literatura y poesía

periferias 6 | raza, racismo, territorio y instituciones

ilustración: Juliana Barbosa

Fundación

Mari Vieira

| Brasil |

traducido por Ana Rivas

Y en su memoria se recreaban, en perfecta pureza, castillos ya armados1 E em sua memória ficavam, no perfeito puro, castelos já armados.
João Guimarães Rosa

El viento de hoy anuncia la llegada de ayer. Las hojas de las matas de mango brillaban intensamente con la luz de la mañana. Las gallinas alborotadas en el palo de gallinero anunciaban la felicidad. Nos despertábamos y mirábamos por la ventana, abríamos la puerta, las abejas zumbaban, los remolinos perezosos se recogían lentamente. La tierra roja, aún fresca por el rocío, se mostraba ávida de huellas. Los niños y las niñas invitados por la vida daban la bienvenida al día que comenzaba. La luz se derramaba, nos acariciaba, nos envolvía y nos impulsaba a ir. 

El río era un camino, una travesía. Si estaba revuelto y caudaloso, el viaje quedaba para otro día. Observábamos. Si el agua cedía lugar a las piedras, el cruce era posible. En las aguas y en las piedras yacían las letras que los pájaros ranas peces hombres mujeres niños y niñas leían. Nadie discutía. La lección era sencilla y perenne. Caudaloso. Impetuoso. Regresábamos. Las ventanas que vigilaban nuestro regreso no argumentaron. Sabían que la luz de hoy era reflejo de la lluvia que cayó ayer en la lejanía. El río es largo y permea parajes de los cuales sólo tenemos las noticias que él trae. Caudaloso. Seco. Sucio. Limpio. Muchas ramas. Follaje intenso. Peces vivos. Peces extinguidos. Olores que no conocemos. Colores que nos sorprenden. Traía un mundo y llevaba nuestro mundo. 

La travesía quedaba para otro día. Anidábamos nuestras cosas. El mundo estallaba cargado de vivacidad. Con el crujido del alambique el anuncio de la preparación de la panela de papelón. Desde la cocina sacaba medio cuerpo por la ventana y gritaba "Aniceto, los niño no fueron pa´ la escuela, llovió por aquellos lao´ ". "Llovió Ninha". Los dos gritaban para que sus voces resonaran más allá del burbujeo hirviente del ingenio. No dudaron de los niños. La verdad siseaba como una tía rezandera que curaba sin farmacia, incontestable. Nos dedicamos a otras tareas. En el patio las gallinas pedían maíz, eternamente hambrientas. Los perros pedían atención, la casa, una escoba, el trompo, girar y girar, un mango maduro pedía a gritos ser devorado, en el ingenio, rapadura para que probáramos. El día transcurría muy ocupado realizando diferentes tareas. 

Del patio al huerto, del huerto al granero, del granero al río, otra vez. Del río al corral. A veces nos quedábamos allí un poco más. El corral estaba dividido en lotes, habitaciones para propietarios específicos. Bajo techo sólo los becerros pequeños o cualquier animal que estuviera enfermo. Era el lugar de cuidados. Quien iba para allá era dominado por la misteriosa mirada del ganado. Esta vez los becerros estaban todos fuertes, crecidos y acompañaban a sus madres a pastar. Bajo techo sólo había un novillo que no tenía razón de estar allí. Su ojo brillaba, parecía hablar, bramando mansamente de vez en cuando. Quería afecto. Niños y niñas, bajo el sol abrasador, se reían de la posibilidad de hacer alguna travesura. Los pies, muy rojos, anunciaban que el ávido deseo de la tierra por huellas ya había sido satisfecho. Travesía. Ansiosos, íbamos de un lado a otro. Volvíamos al río que aún estaba caudaloso y la corriente chocaba con las piedras río abajo, "Es... "Bajó solo un poco. "Me pregunto a dónde va. "Lejos, muy lejos". "Crecido como está, puede ir a donde quiera".

 Y seguíamos ensayando cómo vivir la vida. El novillo seguía allí. Mugiendo, queriéndonos, y nosotros, correteando por el mundo llenos de sueños. Alguien señala un nido de pájaro de Hornero Rufo en lo alto del árbol y sugiere. "¿Vamos a ver si hay un polluelo?" "Yo iré si tú montas el Rajado". Nadie dijo nada. Los cuatro nos quedamos en silencio pensando en el desafío: "Si subo, me caigo y me aporreo, papá nos matará. "Si tienes miedo, ni siquiera intentes subir, porque entonces te caerás". "Que va!". "Yo voy a montar el Rajado y tú subes hasta el nido del Hornero Rufo. Después escogemos quién de ustedes va a hacer qué".

Nina caminó a lo largo de la cerca, buscando el mejor lugar para lanzarse sobre el novillo. Gera subió hasta el nido del Hornero Rufo. Tião y Nena se quedaron donde estaban, riendo de miedo y coraje. Nina estaba ganándole la partida al novillo mañoso. Gera ya estaba a medio camino del nido. Nina puso su frente en la frente del novillo. El bichito parecía querer que lo montaran. Nina se animó y estiró la pierna. El animal se sobresaltó asustado y Nina cayó. Nena y Tião también se asustaron. Nadie gritó. Un niño que hace travesuras y se lastima gana unas palmadas ─ todos lo sabían. Los dos saltaron al interior del corral, el novillo se fue para el otro lado. Levantaron a Nina. "No fue nada, no te hiciste daño, ven aquí, luego puedes volver a intentarlo". Nina casi no lloró. Un par de lágrimas sirvieron más como fuerza y aliento que como lamentación.

 Desde allá arriba Gera gritó: "sube que es fácil". Nadie fue. Los tres se quedaron en la cerca, sin hablar nada. El novillo se acercó, queriendo hacer las paces. Los tres colocaron sus manos en la frente del novillo. Él bajó la cabeza mansamente. "Inténtalo de nuevo, Nina". Nina esperó. Esperó a que el novillo babeara en la mano de ella. Era una baba cariñosa. Ella se alejó de los demás. El bicho fue atrás de ella, queriendo disculparse. "Le gustas". "Si, es mi amigo". Fue rodeando y después subió encima de la cerca. Se distanció bastante de los otros, puso frente con frente de nuevo. Lo acaricio. Él fue viniendo y viniendo, apoyando todo su cuerpo en la cerca. Nina apoyó su cabeza en el cuello del novillo. Abrazada al calor de su pelaje. Respiró con paciencia. Mientras que el corazón de los demás galopaba de pura angustia. No se movió, sólo pateó espantando algunas moscas que le molestaban. Era un novillo pequeño y también quería jugar. Nina estiró su pierna muy lentamente sobre su espalda. Él no se movió. Ella no se movió. Ambos se quedaron quietos, parados, esperando. Ella abrazó todo su cuerpo, mientras miraba a sus compañeros con asombro y alegría. Se tomaron su tiempo. A veces, la paz consume silencio. Los otros dos en la cerca, en silencio, observaban y comprendieron la genialidad de Nina. A lo sumo, agitaban las manos en un "vamos, vamos, vamos", emocionados y eufóricos por la conquista. Nina fue. Se sentó en su espalda. Él comenzó a caminar tranquilamente. Nina reinó sobre el novillo el mismo tiempo que un colibrí revolotea sobre una flor. Gera volvió y celebraron juntos en un profundo silencio y con los ojos relucientes. Temiendo que cualquier palabra arruinara la conquista. 

"Ahora Nena sube al nido y Tião monta Rajado". Tião caminó a lo largo de la cerca. Estirando la mano hacia las babas de Rajado. Los tres en silencio, observando la hazaña de Tião. Nena se quedó quieta. Gera susurró: "Vamos, Nena, sube, hay dos pichoncitos. Ella fue. Subió sin problemas. Desde la cima, Nena se detuvo. Contempló la inmensidad, la meticulosidad de Tião, que desfilaba extasiado sobre el novillo. Apreció los picos abiertos de los pichoncitos. Se acomodo en el árbol, apoyó la espalda en una rama, se sintió segura y estiró la mano hacia el nido. Le dieron un ligero picotazo. Esperó con sus dedos finos y negros muy cerca de sus picos. Los polluelos se calmaron. Agarró uno y luego lo devolvió. Antes contempló el inmenso horizonte azul y supo porque debía volar. Luego subió unas cuantas ramas más y vio el río. Subió un poco más y vio la casa de Sinhá Santa. Continuó subiendo unas cuantas más y vio un cañaveral verde, una casa pintada de blanco con ventanas verdes y aún más lejos una casa pintada de rosado. Trepó lo que quedaba de las ramas, vio el pueblo al fondo y la escuela, y un mundo infinito más allá. Ya no había más ramas que subir. Vislumbró una mancha verde, con toques de azul. Posibilidades que, a la distancia, la mataban de hambre.

Todos ellos cosecharon sus victorias. Cerraron las puertas de sus reinos y volvieron a casa. La comida estaba humeante en la estufa. Encontraron platos olorosos y tareas para hacer después de comer. Platos que lavar, yuca que pelar, maíz que desgranar, leña que recoger. Los cuatro se sentaron en un rincón, con sus platos llenos de satisfacción. Empezaron a susurrar. "Gera destrozó sus pantalones cortos". "¿Y tú?" "¿Yo? Sólo me ensucié un poco el vestido al caer. "Tião ni siquiera se cayó". "Rajado es manso, Nina sólo se cayó porque Rayado se asustó". "Así es." "Hay dos polluelos en el nido". "Sí, qué bien, agarré uno, sólo un ratico, sé que te iba a gustar, Nina". "Sí, mucho.” 

El Papá y la mamá se sentaron a almorzar cerca de ellos. Antes de sentarse, hicieron salir al perro. Las voces de los adultos fueron ganando espacio. En voz muy baja, Nina propuso, mientras su papá y su mamá se acercaban, "después volvemos allá para que Nena y Gera puedan montar a Rajado y yo pueda subir al nido." "Yo no voy a cruzar el río. "¿Estás loca, Nena? Está demasiado lleno". "Hoy no, después". ¿Para qué? ¿Para ir a la escuela? "No, no sólo para eso".

"Para ver el mundo".

Mari Vieira | Brasil |

Escritora y profesora con Maestría en Literatura y Crítica Literaria por la PUC/SP. Nació en Vale do Jequitinhonha, Minas Gerais
Tiene cuentos y poemas en Cadernos Negros y en la colección Olhos de Azeviche v.2, entre otros.

@amarivieira 

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